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Leyenda negra, un cuento con historia

El historiador Miguel de Aguilar pone unos cuantos puntos sobre las íes del pasado

Leyenda negra, un cuento con historia ernesto agudo

manuel de la fuente

En aquel tiempo, en España no se ponía el sol, pero nuestros enemigos querían sumergirnos en la sombra. Por las bravas de las armas no podían. Los Tercios no daban un paso atrás, y nuestra Armada era ama y señora de la Mar Océana, del Atlántico, desde Sevilla al Nuevo Mundo. Pero ingleses, franceses y holandeses no se iban a quedar de brazos cruzados ante la majestad de nuestro imperio. Necesitaban otras armas que no fueran las de pólvora y acero, y recurrieron al engaño, a la mentira, a la infamia. Y hasta le dieron nombre por los siglos de los siglos: la leyenda negra.

Sobre ella, en dos de sus versiones, se ha lanzado el historiador Miguel de Aguilar Merlo en «La novísima leyenda negra hispanoamericana» y «La leyenda negra de la Princesa de Éboli», ensayos publicados en un solo volumen por Ediciones Libertarias.

Cabe primero preguntarse si todas estas culpas nos las cargaron los adversarios o si también nosotros no supimos defendernos como debiéramos. «Probablemente pasaron las dos cosas –apunta Miguel de Aguilar–. Ingleses, franceses y holandeses no dejaron de inventarse calumnias y mentiras para luchar contra España, pero, por supuesto, no debemos olvidar que entre los españoles la envidia es un mal endémico, y no faltaron las traiciones entre los nuestros».

Fray Bartolomé de las Casas

Justo cuando los rivales más lo necesitaban, apareció alguien que les iba a echar una generosa mano, Fray Bartolomé de las Casas y su impactante «Brevísima relación de la destrucción de las Indias», en la que se acusaba a los españoles de estar realizando un genocidio en América. «Creo que era un fanático y un exagerado –explica Aguilar–. Él mismo reconocería más adelante que su libro había sido escrito demasiado deprisa y solo con lo que le habían contado».

No obstante, los españoles, además de llevar a cabo en el Nuevo Mundo una gigantesca tarea militar y religiosa, también estaban levantando una sociedad civil mestiza, algo que nuestros rivales ni siquiera se plantearían en sus territorios conquistados. «Algo así no se hizo en ningún sitio. Ni los franceses en Canadá, ni los ingleses en Norteamérica y Australia... Nuestras llamadas Nuevas Leyes incluso pedían que se casaran los españoles con los nativos».

Miguel de Aguilar va un poco más allá, a una relación trascendente entre nuestros conquistadores y los conquistados: «Fïjese, los cronistas ingleses hablaban de rostros pálidos y de pieles rojas, en cambio las crónicas españolas hablan de naturales y cristianos. No es una descripción superficial, sino con un hondo sentido espiritual. Además, nuestros compatriotas llenaron el gigantesco continente de catedrales y universidades».

Curiosamente, la leyenda negra ha renacido recientemente de manos de muchos de los gobiernos populistas de Hispanoamérica, con Evo Morales y el chavismo a la cabeza. «No obstante, es algo normal. Cuando uno necesita patrocinar una idea, lo más útil es buscarse siempre un enemigo. Es demagogia pura. Como están haciendo también ahora los nacionalistas catalanes».

Felipe II y la princesa de Éboli

Miguel de Aguilar también ha entrado al trapo de otra leyenda negra, aquella que acusa al emperador Felipe II de estar tras las faldas de la princesa de Éboli y que su hermanastro Juan de Austria quería acabar con él. «Felipe –continúa el historiador– era un rey muy sensato, y muy bien criado por su madre Isabel de Portugal en la prudencia, la fidelidad conyugal y en la desconfianza de los validos y consejeros. Juan de Austria jamás quiso quitarle el trono, únicamente quiso casarse con María Estuardo, una aspiración bastante lógica en un hombre como él. En cuanto a Felipe, solo le achaco que se negara a casarse con Isabel de Inglaterra, no estuvo “listo”, aquello habría significado el nacimiento de un imperio absolutamente mundial al unirse el imperio español, el portugués y el inglés».

¡Ay!, si Felipe se hubiera casado con Isabel, la luego llamada Reina Virgen, los ingleses se habrían quedado sin leyenda. Ni negra, ni blanca.

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