Suscribete a
ABC Premium

Sabor a Talavante

ROSARIO PÉREZ

Y de pronto apareció Talavante, despojado de las rutinas que dicen matar al artista. El Alejandro Magno del toreo, que corrió turno al lastimarse el tercero, se sintió desde un fantástico saludo a pies juntos y aflamencadas muñecas, engarzado a unas chicuelinas de mano baja. Mayor vibración no cabía en el prólogo: estatuarios, espaldina, el de pecho, un natural... ¡Todo viento en popa! Un suspiro, apenas nada, tardó en estallar la plaza con la genial faena, en la que combinó ambos pitones con frescura, variedad y creatividad. El resplandor más puro brotó con la luz de su zurda, que esconde una mágica conexión con los tendidos. La miel en los paladares cuando se dirigió a por la espada. Breve se antojó la obra, pero ya se sabe: quien quiera más que regrese mañana... Aún restaba un broche por chispeantes bernadinas cambiándole el viaje al noble y buen «Humoso». Todo medido, templado y con enorme sabor, amargo cuando el acero nos devolvió a la rutinaria realidad... Curiosamente sí cazó al deslucido sexto, en el que le obsequiaron con una oreja por una deseosa labor; dos perdió con el anterior.

El resto podría ser la crónica del Sanatorio de Toros. Porque los de Benjumea, hechos para embestir dentro de la justeza de algunos, salieron con el camisón de los lisiados, sosteniéndose a duras penas. Y eso es lo que precisamente dieron. Cómo sería la cosa que hasta Perera, con un septiembre de imparables triunfos, se desesperó y dejó por imposible al inválido quinto, un ensabanado tan bonito como blando. Antes se las vio con «Arrojado», que poco se pareció a su famoso pariente, aquel cuvillo indultado en Sevilla por Manzanares. Con bondades pero escaso recorrido, Miguel Ángel se colocó de verdad al natural. Magisterio en la técnica y sumo temple. La despaciosidad siguió a derechas en el semiviaje. El pulso de los invertidos aupó los ánimos, pero lo sensacional era la parsimonia, que no abandonó ni en las ceñidas manoletinas.

El presidente regaló una orejica a El Fandi tras un bajonazo infame con un primero de anovillado careto, al que trató de hacer a media altura por sus contadas fuerzas y lagunas en su engañosa nobleza. Lucido con el capote y en «su» tercio, se templó en varias tandas con el bonachón cuarto. Tan soso como aburrido.

Sabor a Talavante

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación