¿Qué hemos hecho para merecer esto?
Hubo un tiempo en el que la Junta de Andalucía fue un referente nacional e internacional en el estudio, conservación y proyección social del patrimonio histórico. Toda una generación de técnicos, gestores y estudiosos generaron brillantes políticas, que desmintieron a los agoreros que vaticinaban la incapacidad de la autonomía andaluza de administrar uno de los legados históricos más ricos de Europa. De aquel notable impulso de los años 80 y 90 quedan, sin embargo, cada vez menos huellas. Durante la última década el estancamiento, cuando no el retroceso, de las políticas patrimoniales en Andalucía ha hecho que de un territorio que aspiraba a mirarse en el espejo de los grandes espacios históricos y turísticos de la Toscana, hayamos pasado a un confuso paisaje punteado aquí y allá por flores de un día, que están marchitándose por falta de planificación, decisiones erróneas, o intereses y miserias locales. La progresiva mercantilización del patrimonio, las difíciles situaciones creadas por la especulación urbanística, la crisis económica y la tendencia hacia la cultura espectáculo han planteado retos a los que el antiguo modelo, achacoso por falta de actualización, no está sabiendo responder. A ello se añade la imposición por parte de los políticos de sus visiones cortoplacistas, basadas en su fecha de caducidad electoral, en sus intereses de partido o de facción, y en la mayor o menor fortuna de sus ocurrencias, dictadas por el afán de dejar huella antes de saltar a alguna otra de las ocupaciones con las que jalonan sus andanzas estos profesionales de la cosa pública.
Este estancamiento en las políticas de patrimonio ha afectado de forma especial al Conjunto Arqueológico de Madinat al-Zahra, uno de los más emblemáticos de Andalucía. Un recuento de las amenazas que se han cernido sobre este yacimiento desborda los límites tanto de esta tribuna, como de todo lo imaginable. En Madinat al-Zahra se han vivido las presiones y corruptelas que provocan las parcelaciones ilegales, se ha tenido que lidiar con formas de gestión basadas en empresas públicas proclives al enchufismo más descarado por parte del PSOE, ha habido que contemplar la incapacidad de las administraciones para llegar a acuerdos en cosas tan simples como poner un autobús hasta el yacimiento, y hasta ha habido que hacer frente a un enloquecido proyecto de parque temático que pretendía crear una Dysneylandia medieval al lado de la ciudad del siglo X. Que todos estos problemas se hayan planteado en Madinat al-Zahra y que hayan consumido tantos esfuerzos y energías significa simplemente que la política de patrimonio de la Junta hace tiempo que dejó de tener ideas claras y objetivos bien establecidos.
Lejos de haberse atenuado, estos problemas se han incrementado con la inauguración de la nueva sede y su museo. Como en tantos otros sitios, los políticos olvidaron que las infraestructuras se construyen para tener un uso después del guateque inaugural y, pese a las reiteradas peticiones que se han hecho de un organigrama que permitiera aprovechar las inmensas posibilidades del conjunto en lo que a su estudio, conservación y proyección social se refiere, la Junta ha hecho oídos sordos a cuantos requerimientos ha recibido antes y durante la crisis. El resultado es que Madinat al-Zahra sigue careciendo de una consolidación institucional, mientras arrastra unos déficits de personal que son, simplemente, clamorosos.
Y, sin embargo, se mueve. Pese a todos estos problemas y batallas, con medios raquíticos y trabas de todo tipo, el Conjunto Arqueológico de Madinat al-Zahra se ha ganado a pulso un reconocimiento científico inigualable dentro y fuera de nuestro país: ha cosechado premios como el Aga Khan, o Mejor Museo del Año 2012, ha incentivado la contratación de personal especializado, y ha conseguido atraer el interés de fundaciones privadas dispuestas a librar fondos con los que financiar sus proyectos; ha lanzado, en fin, reconocidos programas de difusión al público, que hacen incomprensibles las declaraciones de una parlamentaria del PP, que se permitía hace poco tildar al yacimiento de «exclusivista», tal vez echando en falta saraos y copas en un lugar que debería volcarse en la economía del conocimiento y en el turismo sostenible, pues, no en vano, estamos hablando de la única ciudad palatina islámica de época califal existente en Europa.
Todo lo conseguido debe mucho a los esfuerzos de la dedicada y reducida plantilla de trabajadores del conjunto y, sobre todo, a los desvelos de Antonio Vallejo, el director del mismo que ha sido destituido por causas que la Consejería de Cultura de la Junta no se ha dignado en explicar a quienes venimos reclamándoselo desde la Comisión Técnica que asesora al Conjunto. Tienen razón, sin duda, quienes dicen que los ceses en la administración deben ser aceptados con normalidad y que las instituciones tienen vida más allá de las personas. El problema estriba en que en Madinat al-Zahra ni hay normalidad, ni institución: solamente, por un lado, el esfuerzo y el buen hacer de los profesionales, y, por el otro, las intenciones no aclaradas de políticos que creen que el espacio público es un cortijo que usufructan durante el ejercicio de su cargo.
Cualquier ciudadano de este país sabe que esos políticos son muy capaces tanto de arrasar cualquier cosa como de hacer recaer sobre los demás las responsabilidades de las catástrofes que ellos mismos provocan. Madinat al-Zahra, me temo, no será una excepción. Quienes no hemos hecho más que trabajar en pro del conocimiento y del progreso del sitio, tenemos todo el derecho a preguntarnos qué habremos hecho para merecer tamaña calamidad.
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