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entrevista

«La confesión de Pujol ha derribado el mito de que el pueblo catalán es especial»

Funcionario de justicia, Ángel Puertas recaló en Cataluña en 1999. Sorprendido por el fenómeno nacionalista, lo investigó. Ha escrito el libro: «Cataluña vista por un madrileño»

«La confesión de Pujol ha derribado el mito de que el pueblo catalán es especial» inés baucells

janot guil

Ángel Puertas nació en Lavapiés, Madrid. En 1999 ganó una oposición de Justicia y se fue a trabajar a Cataluña, donde ejerció de fiscal sustituto y ahora es tramitador en la Audiencia de Barcelona. En «Cataluña vista por un madrileño» (Ed.Albores), disecciona Cataluña y el nacionalismo catalán.

—¿Qué le motivó a escribir el libro?

—Cuando llegué a Cataluña, me encontré con una serie de fenómenos que no comprendía. No entendía, por ejemplo, como había personas que le daban tantísima importancia a haber nacido en Cataluña... Vas a la Universidad Autónoma de Barcelona, y no te encuentras un monumento dedicado al saber, sino las cuatro barras de la bandera catalana; subes a una montaña, y ves una «senyera»... Entonces, empecé a preguntarme por qué, a estudiar, a hablar con gente...

—¿A qué conclusiones llegó? En su libro esboza una teoría psicológica...

—Sí, después de hablar con gente de aquí no hallaba una explicación; me hablaban de que la catalanidad era un «sentimiento», que Cataluña es una «nación»... Estudie Psicología y me di cuenta de que en la vida de una persona lo más importante no es lo que cuenta, sino lo que calla.

—¿Y?

—En la historia de Cataluña, lo más relevante no fue el 1714, sino las guerras carlistas del siglo XIX y, sin embargo, no se comenta. En el siglo XIX, Cataluña fue la región con más guerras civiles de España. En este tipo de guerras, el enemigo es el vecino, los rencores se transmiten de generación en generación... Dejan cicatrices muy hondas. Son guerras que hunden la autoestima; uno se pregunta «cómo podemos matarnos entre nosotros»...

—...pero, ¿cómo llegamos a la explicación psicológica?

—Todos estos antecedentes de guerras civiles generan inseguridad, la inseguridad deprime todavía la confianza y autoestima. Tienes una Cataluña con una autoestima baja. El Gobierno abusaba del poder para reprimir las guerras tradicionalistas y luego las rebeliones de Barcelona. Había sensación de maltrato y encima el Estado actuaba como una madre abandónica. Y pobre. No atendía las necesidades, por ejemplo, de la burguesía industrial.

—Y de ahí el trauma...

—El niño, Cataluña, siente que su madre no le da alimento, que no le entiende... Empieza a decir «mi mamá no me quiere» y piensa: no me quiere porque yo valgo poco. Luego, desarrolla un mecanismo de defensa, de hipercompensación: «¿Cómo que yo valgo poco? ¡No!, yo valgo mucho, soy el más trabajador, el más avanzado»... Y así afloran rasgos narcisistas en una parte de Cataluña. El narcisista necesita que su madre siempre esté pendiente de él, porque yo soy especial, brillante...

—¿Y todo este trastorno victimisma y narcisista ha llegado hasta hoy?

—Sí, se transmite generacionalmente. Y se manipula la historia para que sea acorde con los sentimientos.

—¿Un narcisista/nacionalista cuando está satisfecho?

—Nunca. Una vez un profesor que tuve me contó una anécdota sobre Xabier Arzalluz, que era amigo suyo. Mi profesor le preguntó: «¿Oye, Xabier, tú, como líder del PN,V realmente qué es lo que quieres?» Y Arzalluz le respondió: «Yo lo que quiero es ir en bicicleta mientras el resto delos españoles vayan andando. Y cuando los demás vayan en bicicleta, yo querré ir en moto; y cuando vayan en moto, yo en coche».

—La confesión del expresidente Jordi Pujol ha descuadrado el discurso nacionalista. La gran víctima ha resultado ser el gran victimario...

—Claro: era un padre, un mesías.

—En muchos casos se ha reaccionado con más pesar que enfado...

—Sí, con desilusión, como si les cayera un referente. Realmente se creyeron que Pujol era la quintaesencia de Cataluña y, claro, que Pujol se derribe como mito..., también se derriba un poco el mito de que el catalán es un pueblo especial, especialmente dotado, con valores, moderno...

—¿Cree que alguna queja de los nacionalistas catalanes es justa?

—Motivos de queja hay, pero los tienen todas las comunidades.

—¿En su libro propone alguna solución osada para conjurar el problema del nacionalismo...

—Sí, por ejemplo, que el Congreso traslade su sede a Barcelona, que Barcelona sea cocapital de España junto con Madrid y que la mitad de los ministerios tuvieran la sede en Cataluña, y el resto en otras ciudades españolas. Y descentralizar otros organismos. Que el Supremo esté en Sevilla o el Banco de España en Valencia. En Francia, el Consejo de Fiscales no está en París...

—¿Serían útiles estas medidas?

—Claro. Los separatismos no existen en las capitales, sino lejos, porque hay sentimiento de abandono. Tú puedes satanizar a un Gobierno que está a 500 kilómetros, pero ¿cómo vas a demonizar a un gobierno central que tiene cuatro ministerios en Barcelona?. ¿Qué vas a decir, «Barcelona nos roba?».

«En Cataluña se trata el castellano como lengua intrusa»

—¿Se margina el castellano en Cataluña?

—Está bien fomentar el catalán, pero los medios que lo utilizan son desproporcionados. No hace falta que todas las asignaturas en las escuelas sean en catalán, por ejemplo. A los castellanohablantes se les ignora, son seres a normalizar. Se trata el castellano casi como una lengua intrusa.

—Propone que el catalán se enseñe de forma obligatoria en las escuelas de toda España, junto a las otras lenguas cooficiales.

—Sí. No entiendo como se estudia el latín, que es una lengua muerta, y no el catalán, o el gallego. Acabar ía con los malentendidos.

—Usted no se opone a que se haga una consulta separatista en Cataluña...

—Sí, pero con el actual marco legal hacerla es ilegal. Habría que reformar la Constitución para ampararla y todos los españoles deberían decidir al respecto, no sólo los catalanes.

—¿Se podrá hacer la consulta?

—No creo. No tienen el censo, no tendrán reconocimiento internacional y muchos no irán a votar. Además, a CDC no le conviene, porque se arriesgaría a que les suspendan la autonomía... Le convendrá hacerse otra vez la víctima, decir que no votan porque no les dejan votar... y a volver a empezar.

—Visto así, casi lo peor que les podría pasar es que se celebrara...

—En parte sí (sonríe). Les entraría el miedo al vacío, a triunfar. Los nacionalistas prefieren estar siempre penando. Mientras se lamentan, se sienten éticamente superiores a los demás.

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