la nada nadea
Monago y los judíos
Aunque eso toca siempre que gobierna la nación el partido de... ¡Monago! Vaya, qué raro, ¿no? Has hecho grande, Monago, a tus predecesores
Pobre José Antonio Monago; qué grande le viene el cargo. Ninguno merece quien airea, a estas alturas de lo judeocristiano, atavismos tan repulsivos como el que ayer tiñó su discurso. Sin darse cuenta siquiera. En un país civilizado no duraría un minuto después de valerse, para ilustrar insolidaridades y egoísmos (como los que, con bastante razón, ve en la confusión intencionada de las cuentas), de las palabras «mercado de judíos».
La razón huye de ti su tú huyes de la principal lección de la historia universal. Si todavía no es consciente Monago de ciertos abecés culturales y morales; si aún no sabe que la ruta que conduce a la muerte del mundo y de la esperanza pasa por siglos de expresiones como la suya, escupitajos que encendieron persecuciones y pogromos; si a estas alturas de su carrera y de su vida desconoce que el hecho capital de la historia de la Humanidad es el intento de eliminar definitiva e industrialmente a los judíos; sí todavía estamos ahí, ¿sobre qué fundamentos humanísticos se levanta su vocación política? ¿A qué universo cultural pertenece? Ya sé, ya sé que ha pedido disculpas. Si alguien ha confundido esta columna con una conseja de corrección política, no siga leyendo. ¿Hay alguna manera de sacar de contexto, Monago, la expresión «mercado de judíos»?
Pobre José Antonio Monago; qué incómodo le viene el cargo. Debiéndoselo a IU, no me extraña. Hay que habitar en un insufrible malestar cuando todo tu poder depende de mantener contenta a una formación que aplaude dictaduras, que incurre de lleno (fíjate) en esa variante del antisemitismo conocida como antisionismo, que defiende el derecho de autodeterminación de pedazos de España, que trabaja con ahínco en la propagación de un incendio social. Aunque eso toca siempre que gobierna la nación el partido de... ¡Monago! Vaya, qué raro, ¿no? Has hecho grande, Monago, a tus predecesores. Un mérito indiscutible. El único que se te puede reconocer.
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