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«Me hallará la muerte»: Juan Manuel de Prada regresa a la novela
El gusto por la Historia, la plasticidad del cine y la mejor tradición de Dostoievski y Dickens se alían en «Me hallará la muerte». Juan Manuel de Prada vuelve con fuerza

Hace cinco años que Juan Manuel de Prada publicó El séptimo velo , una considerable novela con aires a lo Victor Hugo en su afán totalizador, ambientada en España y Francia, con la Resistencia de por medio, donde el autor indagaba en un tema que le fascina desde que escribiera su ya famosa Las máscaras del héroe , la traición y sus consecuencias morales. La suplantación es otro de los asuntos que Juan Manuel de Prada se inclina a describir en sus narraciones. No es de extrañar que en Me hallará la muerte , su último título, estas dos cuestiones se encuentren presentes de modo casi obsesivo, así como el tema del doble aparente.
No es lugar aquí para extendernos sobre uno de los lugares literarios más concurridos desde el Romanticismo -con autores como Von Chamisso y Hoffmann, en los que el tema se encarna aún con cierta sorpresa por su novedad- hasta Dostoievski, en quien se percibe ya la sombra del expresionismo posterior y la constatación del nihilismo inherente a tal invención, sin olvidar a Oscar Wilde, Poe, Maupassant y Stevenson, cuyo Dr. Jekyll y Mr. Hyde representa extrañamente el lado menos inquietante de esta tradición; y entre nosotros, por poner algún ejemplo señero, Julio Cortázar y Jorge Luis Borges.
Imágenes espeluznantes
Prada es proclive a las vastos panoramas y, ya digo, se siente a gusto con la novela a lo Victor Hugo, donde la historia debe mucho al folletín, como en Dickens, como en Galdós…, y propende a un enredo de muchos personajes -coral, como se dice hoy- que envuelve siempre un intenso problema moral. En el siglo que hemos dejado atrás esta modalidad narrativa se ha dado sobre todo en el cine, un arte por el que Juan Manuel de Prada siente pasión.
Hay descripciones de gran carga expresionista, del Madrid de los cincuenta
Me hallará la muerte posee, pues, una cierta calidad de enredo de historias en lo mejor de la tradición del siglo XIX, y también del cine, hasta el punto de que en las descripciones existe un elemento plástico de raíz eminentemente cinematográfica. Pero este modo de emprender lo literario no se entendería sin otro elemento originario del XIX, el gusto por el gesto histórico, por la ambientación en épocas pasadas. Prada es un autor fascinado por los años de la República , por la posguerra española, por la Segunda Guerra Mundial, de donde extrae los motivos de sus tramas y los dilemas morales que llevan consigo.
Me hallará la muerte nos retrotrae al Madrid de la inmediata posguerra; también al frente de Leningrado, en cuyo cerco participó la División Azul -es curioso constatar de qué manera ese lugar atrajo la mirada de escritores como Curzio Malaparte , que en Kaputt recrea imágenes espeluznantes-, y, de regreso, a un Madrid menos urgente: estamos ya en los cincuenta, pero con la miseria, la supervivencia y el sablazo como señas de identidad . El autor describe la ciudad como ya nos tenía acostumbrados en otras novelas, con un brochazo expresionista, que borda en algunas ocasiones, y con la salpicadura de metáforas sacadas de una querencia modernista que Juan Manuel de Prada siempre ha frecuentado por pura pasión por la época.
Ladrón de medio pelo
Desde luego lo sorprendente, por lo menos para mí, ha sido constatar la verosimilitud alcanzada en las descripciones del frente ruso y las diferencias entre las tropas alemanas y el resto de los aliados, rumanos, búlgaros, polacos… -de nuevo Malaparte nos viene al pelo en esa constatación-; pero lo que aporta Prada es la manera en que ese racismo y desprecio se aborda desde las tropas españolas . Todo un hallazgo. Creo que debería resaltarse porque no es cosa que haya sido asunto literario, ni siquiera tratado por los historiadores.
Prada se siente a gusto con la novela a lo Victor Hugo
Me hallará la muerte es la historia de una suplantación, la de un doble aparente, y de la disgregación moral que ello trae consigo y de su posible redención a través de una acción que tiene lugar al final de la novela. El libro comienza con un acecho al modo en que se caza: Antonio, un ladrón de medio pelo, compinchado con Carmen, una cigarrera con aspecto de Fortunata , mata en el parque del Retiroa alguien a quien quería atracar. Asustado, se alista en la División Azul. Hecho prisionero por los soviéticos, es deportado a un campo de trabajo donde conoce a un hombre con el que guarda un parecido extraordinario: el rico heredero de una familia dedicada al transporte, falangista hedillista, que no soportará las condiciones del gulag y morirá extenuado.
Un país que ya no es
Antonio, que ha hecho de tripas corazón, sobrevive gracias a hacerse cómplice de las autoridades del campo, y cuando es repatriado, en 1954, decide suplantar al muerto ante sus propios familiares. Comienza entonces una espiral un tanto delirante donde la imaginación paranoide de ser descubierta su identidad se acrecienta por el hecho de que debe eliminar a quienes conocen su pasado. Eso le llevará, Carmen de por medio, a intentar una redención con consecuencias catastróficas pero que resuelven a su modo el tremendo dilema moral.
«Me hallará la muerte» es la historia de una suplantación, la de un doble aparente
El libro contiene escenas muy logradas que ayudan a entender buena parte de la problemática de los falangistas revolucionarios ante el dilema de la lucha contra el comunismo, el haberse dado cuenta de que habían sido utilizados, y la vuelta a un país convertido en algo muy distinto a lo que habían soñado. Hay, ya digo, descripciones precisas, de gran carga expresionista, sobre el ambiente del Madrid de los cincuenta, unos años por los que Juan Manuel de Prada se siente atraído, y hay gozo en la plasticidad cinematográfica de ciertas situaciones que parecen trasplantadas del celuloide y sus historias sentimentales, imposibles, donde ha terminado anidando el romanticismo popular. Y hay, por último, un emparentamiento con el folletín que Prada domina a la perfección, ese folletín que es el origen de las grandes historias de la novela y el cine. Es su logro más evidente entre otros muchos, más sutiles y prolijos.
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