libros de vino y rosas
«El asesino de las bellas artes»
«Atrapado» (Charles Dickens) y «Pluma, lápiz y veneno» (Oscar Wilde). Rey Lear. Traducción: Susana Carral. 104 pag. 10,95 €

Charles Dickens y Oscar Wilde , extraña pareja en este libro que presenta, con acertada curiosidad, la editorial Rey Lear . El novelista inglés y el poeta y dramaturgo irlandés, aparte de su genialidad, no parecen compartir demasiadas parcelas literarias, pero sí coincidieron en su apasionado interés (de maneras bien distintas) por un extraño personaje de la sociedad inglesa del siglo XIX.
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Un tipo que nació en una familia de bien, en cuyo té de las cinco no faltaban escritores y artistas de todas las disciplinas, huérfano pero con un dineral heredado, que acabó encerrado en la isla australiana de Tasmania (sí, donde el demonio ) majareta perdido y acompañado por un gato y unas cuantas bocanadas de opio. Eso sí, en aquel «retiro» siguió pintando como un poseso como había hecho en su juventud para admiración, entre otros, del increíble William Blake .
El tipo responde al nombre de Thomas Griffiths Wainewright (1794-1847) y tanto Dickens como Wilde lo convirtieron en personaje de sus libros. El narrador, como inspiración de su relato «Atrapado» , y el vate dublinés como eje de un ensayo, «Pluma, lápiz y veneno» .
Porque además de pintor y escritor de relieve y dandy que epataba en la sociedad inglesa más distinguida, Griffiths se dedicaba a otro tipo de actividades de un perfil radicalmente siniestro y bastante más prosaicas: llevarse por delante a sus familiares más cercanos, como su tío (que le había criado pues Griffiths era huérfano desde muy pequeño), la suegra ( «porque tenía los tobillos demasiado gruesos»), una cuñada y algún amigo que pasaba por ahí.
Pero como Thomas Griffiths Wainewright era un tipo culto y refinado no recurría para sus crímenes (que nunca fueron probados de forma satisfactoria) al hacha, la cimitarra, la katana o la pistola. No, su arma de destrucción casi masiva se escondía en una de sus maravillosas sortijas, era de color verde, y todo el mundo, incluida Scotland Yard, la conoce: la estricnina , un veneno letal donde los haya, que habitualmente se usa como un devastador componente de los insecticidas.

El subyugante cuento de Dickens muestra una aversión por la figura del envenenador, al que según se cuenta conoció en la cárcel en una de sus visitas de documentación. Wilde hila de otra manera, con su prosa siempre provocativa e irónica y se muestra más cercano a las maneras e ideas de Thomas de Quincey en su devastador libro «Del asesinato considerado con una de las bellas artes» .
Dickens, siempre preocupado por la sociedad en la que vivía, lo sitúa como un ser que habita las tierras del mal. Wilde prefiere un acercamiento «artístico» al criminal. Dos maneras de ver y recordar a un individuo, Thomas Griffiths Wainewhright , un pintor en cuya paleta nunca faltaba el verde (color de los brotes de la estricnina), un criminal llamado el asesino de las bellas artes.
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