arte
David Escalona: «El arte no es una profesión. Es una actitud»
«Bajo la cama», en la sede de la galería Fúcares en Almagro, es un nuevo capítulo creativo en la historia personal de David Escalona, una de las voces más poderosas de la plástica española
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Siendo un niño, jugando en el obrador familiar, la mano de Daniel Escalona (Málaga, 1981) quedó atrapada en una de las máquinas. El futuro artista la terminó perdiendo. Y lo que para el resto se habría convertido en un suceso dramático, para Escalona fue un episodio que ha ido llenando de contenido con el tiempo, al que ha vuelto y que ha marcado su labor. Su último capítulo se despliega en la sede manchega de Fúcares .
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Miramos «Bajo la cama» y, ¿qué encontramos?
Esa es una expresión que me interesaba como metáfora. Remite a mi infancia, cuando de pequeño escondía bajo mi cama la intimidad propia del ámbito doméstico. Ese lugar, para mí, puede ser una guarida, una proyección de deseos y miedos. Bajo la cama solemos encontrar objetos, cosas relegadas al olvido. De hecho, bajo la cama se puede uno encontrar hasta a un amante...
Esta muestra tiene un antecedente en «El pan», en Isabel Hurley (Málaga) , con la que inauguró temporada.
Bajo la cama es su continuación. La palabra «pan» está llena de connotaciones históricas; también personales (el obrador familiar), y está relacionada con el concepto griego «todo» y con el semidios mitológico que da nombre al término «pánico», pues provocaba estampidas de animales si se le despertaba de su siesta. La muestra de Fúcares es su evolución y creo que en ella me despojo de muchas cosas.
Dice la cita que el que no aprende de la Historia está condenado a repetirla. ¿Estamos condenados todos a regresar a nuestra infancia?
La infancia nos acompaña siempre. Es un estado de inocencia –que no debe ser confundida con la ingenuidad–, que se subestima demasiado. Es una etapa que marca, en la que se asientan los cimientos de la personalidad futura, por lo que estamos condenados a volver a ella. Lo que me gustaría es que su lectura asociada a mi obra no se viera desde un punto de vista psicoanalítico. Siempre digo que la experiencia solo puede nutrirse de vivencias. Louise Bourgeoise decía que ella no había perdido ni ápice de la magia de su infancia.
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Empezó a formarse como médico, pero acabó dedicado al arte. ¿Qué ocurrió?
Dejé la cerrera porque me di cuenta de que tenía que tomar otros derroteros. Aunque lo del arte, en realidad, no es una profesión: es una actitud, que, por otro lado, he tenido siempre. La medicina forma parte de mi formación y gracias a ella he tenido un acceso especial a ciertos temas.
Y una vez que uno asume la actitud de artista, ¿qué es lo que le interesa contar?
Lo que me atrapa es detallar mi relación con el mundo. Estoy muy sensibilizado con todo lo que tiene que ver con el dolor. Nuestra tradición está empapada de este concepto, que debemos asumir además como construcción cultural. También me interesa el tema de la enfermedad, que, como la muerte, se relega al ámbito de la privacidad.
Admite que siente mayor atracción por la incapacidad.
Me interesa como sinónimo de posibilidad. La incapacidad nace de un accidente, es un obstáculo en lo acostumbrado; pero no debe ser algo que limite, sino que abra escotillas para hacer nuevas lecturas de lo aprendido. Mi visión es sosegada y nada fatídica.
También reconoce que lo metafórico cobra cada vez más protagonismo en el trabajo.
El de la metáfora es un concepto controvertido. Pero para mí es un arma muy poderosa para traicionar al lenguaje. Por eso considero que toda obra de arte, si es buena, es una metáfora bien engarzada. No busco ni las evidentes, porque son fallidas, ni las demasiado crípticas, porque evitan la comunicación. Quiero que lo íntimo trascienda lo universal.
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Lo cierto es que cada obra suya es un pequeño poema visual. Y eso que ahonda mucho en el tema de la incomunicación.
Me interesa, y mucho, la poesía. Y aunque bebo de autores como Chantal Maillard o Pessoa, no creo tanto en autores como en obras concretas. El arte es un buen vehículo para comunicar, aunque el único mensaje posible sea que es imposible contar algo. Porque toda obra artística, por ser una metáfora, no es sino el rodeo a una idea. Son actos fallidos que solo transmiten el eco de algo que el creador tiene en la cabeza. Por eso abogo por ese estado prelingüístico de Michaux. Él habla de la «cretinización» del niño a consecuencia del aprendizaje o la asunción de unos códigos de comunicación. Por eso busco que la obra desterritorialice.
Diane Arbus, Joel-Peter Witkin, Juan Muñoz … Hablemos de su concepto de belleza.
Es difícil fijarlo. Porque lo bello es lo que se ha despojado de todo tipo de prejuicios. Los cánones aprendidos no son buenos. Y el propio concepto de belleza ya de por sí chirría entre los dientes. Para mí es más interesante hablar de situaciones bellas, de esos pequeños accidentes que te sacan de la rutina y te muestran el mundo de otra forma. Seguir jugando, y hacer piruetas sobre lo que se conoce. Eso es bello.
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