arte
El genio de Rafael en cinco claves
«El último Rafael», comisariada por Tom Henry y Paul Joannides y patrocinada por la Fundación AXA para el Museo del Prado, pone las cosas en su sitio. El pintor se sitúa por méritos propios entre los más grandes de la Historia del Arte
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1.- Más rafael que nunca
Lo que puede sonar a un eslogan promocional es la certera descripción de esta muestra «condenada» a ser la estrella del verano en cuanto a visitantes, y uno de los referentes –por muchos años– en cuanto a las exposiciones con fundamento , de las que sientan cátedra y catedráticos, sobre la obra del maestro italiano. Por eso debemos congratularnos de que sea el Museo del Prado , junto al Louvre , artífice de este proyecto que se recordará y se consultará por mucho tiempo en la memoria y en los libros.
Más Rafael que nunca porque, por sosprendente que parezca, Rafael Sanzio (1483-1520) no ha sido siempre uno de esos artistas indiscustibles a lo largo de los siglos, de aquellos que no sufren altibajos ni desprecios categóricos. En esta pugna de la inmortalidad ininterumpida le han ganado la partida Leonardo y Miguel Ángel . Ahí tienen al primero, que sigue dando la lata entre códigos Da Vinci, giocondas duplicadas (historia en la que también participan el Museo del Prado y el Louvre), y el segundo que, pese a su gesto ceñudo, para la popularidad, levantó cúpulas con un solo dedo en una imagen muy parecida a la de un superhéroe-superartista. Rafael ha bajado a los infiernos y, pasada la fiebre prerrafaelita en el XIX, que fue muy alta e indigesta , ha vuelto para quedarse con su aire mundano y hasta lánguido. Menos musculoso que Miguel Ángel y menos barbudo que Leonardo, al que le van los «cameos» simpsonianos, pero no menos (en absoluto) genio, por si a alguien le asaltó la duda o el olvido.
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2.-El Prado tenía que ser
Renoce Miguel Falomir , coordinador científico de la muestra, que Velázquez no es el único pilar sobre el que se asienta el Museo del Prado. Hay que tener muy en cuenta a Rafael, del que nuestra pinacoteca atesora una buena colección de obras, junto al Louvre (las dos sedes que más han aportado a esta exposición). Para reafirmar tal tesis también podemos echar mano de las palabras del veterano director de los museos vaticanos, Antonio Paolocci, quien no duda en señalar a Velázquez y a Rafael como los «dos mejores pintores de la Historia» .
Miel sobre hojuelas. Dos de dos. Nuestro museo se reinvindica un día sí y otro también , por lo que tiene y por lo que hace. Descubre una «segunda» Gioconda hace unos meses y ahora saca brillo a este Rafael tardío , de sus últimos años de vida y obra en la meca romana, cuando era una estrella y se hacía acompañar en sus lides artísticas por un taller. En el baile de las autorías hemos entrado. ¿Quién puso más: el maestro o los discípulos? Apasionante disputa que dejamos para otro capítulo. Aquí solo nos queda destacar que el Museo del Prado hace un buen tiempo decidió no vivir de las rentas y maneja sus aportaciones científicas con absoluta maestría mediática . Capaz de despertar a partes iguales el interés del público más turístico o del erudito, gozoso ante riesgos y polémicas como esta de quitar o poner a los más grandes en su sitio.
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3.-Rafael se multiplicó por cincuenta
¿ Quién puso más: el maestro o los discípulos? Buena pregunta que no solo le ha tocado contestar a Rafael; le han precedido en este baile de las autorías Rembrandt o Vermeer, por poner dos ejemplos relativamente recientes y también mediáticos en cuanto a sus resonancias. Los talleres de discípulos –por mucho que ahora nos rasguemos las vestiduras cuando los descubrimos en contemporáneos del tipo Hirst – fue, ha sido y es una práctica habitual si de creadores con éxito y cotización hablamos.
Rafael no solo tuvo éxito, es lo que hoy denominaríamos una estrella con don de gentes , dones amatorios (a su biografía, digna de una película, podemos remitirnos) y toda clase de dones creativos, a quien le llovían encargos del cielo , al menos en estos años romanos en los que se centra la muestra, y ante los que no sabía negarse, lo mismo que tampoco ponía trabas a todas las posibilidades estilísticas –o retos– que salían al paso. Ni el aburrimiento ni la repetición respondían a su genética . Cincuenta fueron las personas que trabajaron en su estudio, pero no todas gozaron de su absoluta confianza. Centremos el objetivo en dos: Giovanni Francesco Penni y Giulio Romano.
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4.- Duelo a dos
Puestos a quedarnos con uno solo entre los dos elegidos, todo parece señalar a Giulio Romano . Así lo reconocen los expertos. No en vano, c on él se retrata Rafael en un cuadro tardío presente en la exposición. Romano, en primer término –barbudo y esplendoroso–, y Rafael, en segundo y de retirada –puede que presa de la enfermedad y el agotamiento que acabaría con su vida a los 37 años– aunque mirando a «cámara» . Genio y figura. La selección de piezas expuestas en las salas del museo se centran en la obra de ambos –Penni y Romano–, en sus atribuciones, aunque lo que queda claro es que no encontraremos pincelada que no fuera consentida y ratificada por el maestro.
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5.- La mano de Rafael
Pese a este duelo de autorías, nadie pone en duda que detrás de cada escena se encuentra la guía del genio . Bocetos y más bocetos, dibujos y más dibujos, son los que atestiguan que no se daba un paso sin que Rafael hubiera fijado el destino. Hasta la fecha, habían sido más las muestras que recogían estos incontables dibujos preparatorios, pero menos las que los habían colocado junto a los cuadros finales, como ocurre en El Prado. Esta exposición, que no busca la polémica para saber quién puso más, ambiciona recrear lo que fueron sus últimos años en una Roma de relumbrón artístico –tres ases en la manga tenía la ciudad: Miguel Ángel, Leonardo y Rafael–, donde las envidias se afilaban como las dagas . Y la muerte de Rafael fue recibida con júbilo por sus enemigos.
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