confieso que he pensado
La venganza de Napoleón
La situación comienza a ser insostenible y corre el riesgo de desbocarse
Paradojas de la vida, Canarias, por mor del comercio marítimo uno de los primeros enclaves del territorio español donde a principios del siglo XIX hicieron acto de aparición los afrancesados, vuelve a mirar hacia París como única vía para la esperanza. Con una administración autonómica carente de medios, cuanto más de pericia; con una administración estatal entregada a los designios de una Alemania con ánimo suicida y dedicada como nunca al proselitismo, la llegada a la Presidencia francesa de François Hollande, cuyos planteamientos en pro de la reactivación económica de la Unión Europea tienen más que ver con las eficaces recetas aplicadas por Barack Obama en los Estados Unidos que con los nefastos menús que cocina Angela Merkel en Berlín — y que, para más inri, obliga a degustar a sus resignados vecinos—, abre una nueva senda: la del camino del medio, es decir, continuar con los recortes, cómo no, pero combinándolos con una política de gasto e inversión que permita crear riqueza, obviamente el único medicamento efectivo contra el deterioro económico y social del viejo continente, tan senil en los últimos tiempos que hasta la memoria parece haber perdido.
Basta con echar un vistazo al paisaje económico del archipiélago, donde la suma de desempleados y pensionistas iguala a la de trabajadores en activo —una noticia publicada días atrás por este mismo diario—, para llegar a la triste conclusión de que la situación comienza a ser insostenible y corre el riesgo de desbocarse. Incluso algunos de los más firmes partidarios de la doctrina del laissez faire, laissez passer se muestran dispuestos a mirar hacia otro lado mientras se tomen decisiones y se lleven a cabo prácticas reñidas con la ortodoxia del libre mercado, porque no es lo mismo enfrentar un resfriado que una septicemia y poco tienen que ver sus posibles, y probables, complicaciones.
El desmoronamiento de Sarkozy, fiel e incomprensible aliado de unos germanos encantados de conocerse a sí mismos al tiempo que desdeñosos hacia sus antaño amados socios, ha permitido el surgimiento de un contrapoder a la todopoderosa canciller, una voz capaz de admitir la gravedad de la situación pero también de proclamar que lo hecho hasta ahora, por excesivamente inclinado hacia el mismo lado de la balanza, no ha sido suficiente ni del todo correcto.
De la capacidad de Hollande para materializar sus ideas, de su fortaleza frente a los intransigentes e inoperantes argumentos que nacen en los despachos berlineses, depende que la suma de pensionistas y parados en las islas no acabe por superar a la de trabajadores en activo. Dos siglos después volvemos a estar en manos de Napoleón.
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