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No mires, Bolívar

MANUEL ERICE

“No se me acusará de haber elevado y puesto en los altos destinos del Estado a individuos de mi familia; al contrario, se me puede reprochar el haber sido injusto para con algunos de ellos”. Quien así se pronunció no fue otro que Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios Ponte y Blanco, más conocido como Simón Bolívar (Caracas, 1783-Santa Marta, 1830).

Si hay alguien cuyo nombre ha sido cacareado en vano y manoseado para cometer tropelías en su nombre ha sido el militar y político que pasó a la historia por protagonizar la emancipación americana frente al Imperio español. Fruto de su decisiva participación, Bolivia, Colombia, Ecuador, Panamá, Perú y Venezuela accedieron a la independencia.

Pues bien, desde que Hugo Chávez rescatara de la tenue memoria colectiva y reescribiera su historia para adaptarla a sus intereses en lo que quiso denominar movimiento bolivariano, el célebre militar se ha convertido en un símbolo para la izquierda populista iberoamericana , más populista que de izquierdas, acaparada por líderes que además de retroalimentarse entre sí, tienden a retroalimentar también sus intereses personales.

Eso es el caudillismo , nacido en el siglo XIX iberoamericano y que, según definición del venezolano Napoleón Franceschi González, “se manifiesta en un hombre (o mujer) fuerte, gendarme necesario, tirano absoluto, caudillo máximo o benefactor, que encarna un régimen político personalista y que realiza una función de gobierno con plena renuncia de los postulados políticos y administrativos, que deben orientar el lógico y armonioso desarrollo de la instituciones”.

«Debe ser que Kirchner no ha tenido bastante con el enriquecimiento de su familia»

Se parece mucho a lo que Chávez instauró en Venezuela, que en su pretensión de acaparar los medios de producción para beneficio de su nada democrática política, puso el acento desde el principio en su recurso más rico, el petróleo, canalizado a través de Pedevesa, una herramienta pública que le ha servido para acumular poder interior e influencia exterior, en la mayoría de los casos forjando alianzas con lo mejor de cada casa.

Históricamente, Argentina poco ha tenido que ver con Bolívar y con comportamientos caudillistas dentro del territorio en el que se prodigó. Más bien, Argentina desarrolló con el peronismo un caudillismo con sello propio, intervencionista y nacionalista, basado en la justicia social y laboral, hasta cincelar una sociedad rendida al movimiento de masas que impulsó Juan Domingo Perón. La estatalización de sectores estratégicos no es nueva. Uno de los precedentes fue el de los ferrocarriles argentinos, que, como casi todo lo que ha gestionado el Estado argentino, derivó en un desastre que todavía aún paga su sociedad.

Pero CFK ha introducido un matiz. La nueva caudilla, quien después de ganar con claridad las elecciones presidenciales afronta un momento económico de Argentina cada vez más delicado, ha optado por echarle el guante al petróleo, el recurso económico más rico . Debe de ser que Kirchner no ha tenido aún suficiente con el enriquecimiento continuado de su familia, primero al amparo de la presidencia de su marido y ahora bajo su mandato. Además de pulverizar cualquier forma democrática, el expolio abre la puerta a una intervención pública , sí, pero sobre todo a una intervención de una familia y un entorno insaciables, que van a disponer a partir de ahora de dinero y recursos a espuertas. Por favor, Bolívar, no mires.

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