Suscríbete a
ABC Cultural

duelo por mingote

«Antonio amaba ABC como a su madre; nunca se iba a ir de ABC»

Isabel era el faro de Antonio Mingote; con él compartió medio siglo de vida y a él se entregó durante ese tiempo. Todavía empapada de dolor, recuerda al maestro con amor y añoranza

«Antonio amaba ABC como a su madre; nunca se iba a ir de ABC» jaime garcía

ANTONIO ASTORGA

Antonio Mingote era un señor. Un maestro en la vida y en la familia, en la amistad y en el compromiso. El miércoles, a las ocho de la noche, fue incinerado en el crematorio de la Almudena, después de una multitudinaria y emotiva despedida en los Jardines de Cecilio Rodríguez. Como en el verso quevediano, será ceniza, mas tendrá sentido... El fallecimiento de Antonio Mingote nos ha conmocionado a todos los que queríamos , y queremos, a una persona maravillosa, a un hombre bueno en el sentido machadiano del término.

Isabel Vigiola ha convivido durante 46 años con Antonio Mingote. Se conocieron cuando ella era secretaria de Edgard Neville. Isabel leía «La Codorniz» y le divertían los personajes de Mingote. «Un día me entusiasmó uno de los chistes muy divertidos de Antonio en ABC. Le llamé, le felicité, le di la enhorabuena: ¡cómo me ha gustado tu dibujo!»

A pesar del Jueves Santo tan triste —lluvioso y gris—, primero sin Antonio a su lado, Isabel accede a que la visitemos, y se lo agradecemos, en su casa. El estudio de trabajo de don Antonio está tal como lo dejó el maestro. Sus lápices y pinceles, sus cartulinas —con el último esbozo a medio terminar que estaba preparando para la sección de Radioterapia del hospital—, su recado de escribir, donde escribió su novela inédita y póstuma «Diario de Hamlet» , sus libros, los colores de su vida, e Isabel, su alma y su orden.

Es la primera noche que Isabel pasa en casa sin Antonio. Le acompañan su hijo Carlos, sus nietos Pablo y Héctor, su sobrino Óscar Vigiola y su «ahijadito» José Antonio, que tiene grabado en su iPad —don Antonio Mingote era un apasionado de las tecnologías; de hecho, el jueves pasado pidió un ordenador en la cama del hospital para saber lo que pasaba extramuros— la fotografía del último dibujo que Antonio Mingote realizó para ABC, y que Isabel sostiene. El vacío sin Antonio es enorme, tremendo:

—¿Cómo será la vida sin Antonio, Isabel?

—Hoy todavía no lo sé, porque convivir con Antonio, que era una persona que siempre quería la paz y que no conocía el odio, era maravilloso. Antonio no era fanático, y sí fácil de convencer a través de las ideas. Si hubiera mucha gente como él, la vida sería felicísima. Era curioso, modesto, muy generoso, desinteresado, no tenía enemigos. Y estaba muy vinculado a su adorado ABC.

—¿Dónde reposarán las cenizas del maestro?

—En el cementerio de la Almudena, en la tumba de mis padres.

—¿Cómo definiría el amor de Antonio?

—Total. No solo hacia mí, sino hacia sus hijos, nietos, sobrinos, ahijadito y familia, y hacia el género humano en general. No quiero exagerar ni que parezca que era un tonto, pero Antonio era crítico. Su generosidad era tal que, cuando alguien le preguntaba si tenía enemigos, él decía: «No lo sé, pero si los tengo están abusando de mí».

—Querida Isabel, ¿qué echará más de menos a partir de esta vida sin la presencia física de Antonio?

—Todo. Nadie puede vivir sin Antonio, no lo concibo, pero viviremos.

—Hábleme de la relación entre Antonio Mingote y su ABC

—Antonio Mingote siempre decía que quería a ABC como a su madre; ABC era una madre para él. Y no digamos ya la familia Luca de Tena, a quienes consideraba como parte de su familia, y actualmente con el grupo Vocento; con todos ellos siempre ha tenido una excelente relación. A Petisa y Catalina las llamaba sus «niñas». Comíamos, cenábamos, nos veíamos mucho, para Antonio era como parte de su familia. Cuando yo conocí a Antonio, él ya estaba en ABC. Cuando Juan Ignacio Luca de Tena decidió crear el premio Mingote, fue una de las cosas que más le conmovieron a Antonio. Eso lo encontró, como todos los premios que le dieron, algo «desorbitado», como todos los homenajes que le brindaban. Y le dieron el primer premio. En aquel discurso de agradecimiento, Antonio se sentía honrado, llegó, creo, incluso a calificar su estado como un «muerto» en vida. Lo que hizo Juan Ignacio Luca de Tena de unir los Cavia fue muy importante; ahora hay muchos premios. Pero en aquella época ABC era el periódico, el único, el importante. Todo el mundo quería escribir en ABC: Edgard Neville, etcétera... Y que de repente Juan Ignacio le diera el nombre de Mingote a uno de los premios, con esos halagos, fue una de las cosas que a Antonio, que no era vanidoso, más le llenaron. Y ello unido al cariño de los Luca de Tena, de Guillermo —el día antes de morir, justo hoy hace dos años, cenamos juntos— y de los maravillosos lectores de ABC, que cada día buscan el chiste de Antonio Mingote en el periódico.

—Recordemos su historia de amor con Antonio. ¿Fue un flechazo?

—Nos atraíamos, nos gustábamos. Éramos muy buenos amigos. Por las tardes iba a ayudarle, a ordenar su despacho un poco, y a Edgard Neville, de la que yo era secretaria, le encantó. Empezamos y de secretaria creo que con Antonio duré cuatro meses, porque a los cuatro meses descubrimos que estábamos enamorados.

—Y le empezó a abrir cartas que tenía atrasadas desde hacía la friolera de ¡once años!

—A Antonio le empecé a abrir cartas que él tenía sin abrir desde el año 1955. Comencé a ordenárselo todo; él se quejaba de mi orden, pero para Antonio era muy cómodo. Si no me hubiera enamorado de Antonio, jamás habría sido su secretaria mucho tiempo. Él era ya muy popular, había publicado libros, y trabajaba en ABC y ganaba dinero. Entonces, yo me hice cargo de todo. Fui al banco y le dije a Antonio: «¡Tienes números rojos! No tienes dinero. Pero si tú ganas mucho». Entonces, ordenándole el despacho un día, abro un cajón y veo que tiene 50.000 pesetas, que en aquella época, año 1966, era muchísimo dinero. Las cogí y le pregunté si tenía dinero en casa. Me dijo que no, y yo le respondí: «¡Pues te acabo de coger 50.000 pesetas! ¿Cómo puedes vivir así?». Y así vivía. Fíjese qué maravilloso, qué despreocupadamente vivía. Y así siguió toda su vida, sin saber lo que valía el dinero.

—¿Llevaba dinero en el bolsillo?

—Casi nunca. Muchas veces, antes de salir a pasear, pedía dinero para un café. Yo le daba cincuenta euros. Y él me decía que no necesitaba tanto, que le diera algo más pequeño. Antonio no sabía lo que valía nada. Recuerdo que un día Joaquín Calvo Sotelo, que era tan amigo y tan encantador, vino a casa y le preguntó a Antonio cuánto le había costado el piso. Y él le dijo: «No sé, pregúntaselo a Isabel». Pero ¿tú ganas bastante, te pagan bien los dibujos y las publicaciones?». Y respondió Antonio: «No sé, pregúntaselo a Isabel». No lo sabía.

—Era una persona desprendida y maravillosamente generosa.

—El dinero no le importaba. Cuando era militar tenía un sueldo de 333,33 pesetas, y se lo daba al asistente para pagar los cafés. Los amigos le gorroneaban. Cuando llegaba el día 25 y no había dinero, él decía: «Pues hasta el día 1 ya no tomo cafés». Con esa actitud de Antonio, ¡menuda lección para la Economía mundial! Si no tenía para comer durante ocho días, pues no comía en ocho días. No sabía lo que era un euro, ni le importaba.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación