muere el maestro
Sigue Mingote
Estuve en tu octogésimo cumpleaños. No pude dormir esa noche
Qué difícil nos lo has puesto. Tenías que haber dejado tú , que eras el artista de las necrológicas, tu propia viñeta hecha para que no tuviéramos que escribir con las lágrimas en los ojos. Un chiste con ángeles y nubes y esos pájaros que solías dibujar como si fueras un niño. Pero no lo eras. Estuve en tu octogésimo cumpleaños. No pude dormir esa noche. Había conocido en la Casa de ABC a Antonio Mingote. Y, aunque me contaron que así como dibujabas con toda facilidad, como si estar sin hacer nada esperando que se te ocurra algo cada día no requiriera el mayor de los esfuerzos, que es vivir solo para eso; decían, sin embargo, que al escribir se te llenaba de sudor la frente. Pero tu discurso en esa cena fue una guía para el futuro. «Sigo», decías. «Siempre he seguido», insistías. Te daba igual que te dijeran que no eras gracioso, que no dibujabas bien. Tú seguías. Pienso en eso tantas veces. Seguir. Seguir. Seguir como Mingote. El día a día. Por eso no somos como los cantantes, que pueden repetir sus canciones. En los periódicos amamos, por encima de todo, el día a día; y ahora, el minuto a minuto. La vida.
Dirán que eras un genio, un intelectual, un artista, un maestro , y tienen razón, pero también has sido un trabajador inagotable. En tus exposiciones mirabas lo que habías dibujado y te asustabas. «Cuánto he trabajado», decías. Has seguido. Y ahora se cree la muerte que te va a cortar el paso, porque no sabe que sólo los que desprecian la posteridad pasan a ella. Y tú sigues Mingote. Sigues en todos nosotros. Sigues en lo que es y lo que será el ABC. Lo que pasa es que Dios ha decidido que descanses en paz.
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