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ABC Cultural

muere el maestro

Miles de personas arropan a Mingote en su adiós

La capilla ardiente fue un constante goteo de admiradores que mostraron su cariño y respeto al genio

Miles de personas arropan a Mingote en su adiós jaime garcía

A. ASTORGA/ R. PÉREZ / A. DELGADO

Nadie muere si vivió de veras. La inmortalidad es memoria, temblor de primavera ausente en el invierno del recuerdo, «milagro». El de Antonio Mingote es un cielo de campo plácido, de veraneo norteño, de turismo rural, de balneario. En ese cielo, Goya y Velázquez esperan a Picasso, el «Mingote de la pintura». Allí están Cela y Umbral, Campmany y Azcona, Alexandre y López Vázquez, Fernán-Gómez y Berlanga... Antonio Mingote subió a ese cielo a las ocho de la tarde de ayer . Llovía a mares en Madrid. A esa hora llegó el coche fúnebre al tanatorio-crematorio de la Almudena procedente de los Jardines de Cecilio Rodríguez, donde se le había velado durante todo el día. Dentro de la capilla se encontraban la familia y el círculo íntimo del maestro: Soledad Luca de Tena, Santiago Castelo, Mari Carmen Izquierdo, Laura Valenzuela y Leandro Navarro y su mujer. En total, unas veinte personas. Tres coronas presidían la despedida a Antonio Mingote: la de ABC, la de Correos —como cartero honorario que él era— y la de la Real Academia Española. El sacerdote que ofició el responso recordó muy emocionado, y con palabras de enorme cariño, el dibujo diario de Mingote en ABC, la chispa que los lectores buscaban cada mañana. En medio de una inmensa emotividad y del dolor, todos los asistentes dieron el último adiós a Antonio Mingote, antes de que fuera incinerado.

Emotiva despedida

Desde las diez de la mañana hasta las siete y diez de la tarde, la gente, su gente, le despidió en una infinita peregrinación a su féretro, instalado en los Jardines de Cecilio Rodríguez del parque del Retiro. Frente a él, Isabel, su viuda, su alma, ordenaba pensamientos y mostraba una foto que le llevó la viuda de Rafael Azcona. En ella aparece Antonio Mingote junto a Carlos Clarimón y Azcona , tres amigos inseparables en aquellos años 50 del Café Varela, que como recuerda Manuel Alcántara, destrozado desde Málaga por la pérdida del amigo, «no había modo de sentarse a la mesa, sin tropezar con algún sueño loco de gloria o de supervivencia. Ya era de oro Mingote y nos ayudó a todos. Eran otros tiempos. Se bebía achicoria con esperanza y se llevaba muy bien todo el mundo». Mingote era el hermano mayor de aquellos santos cofrades del humor, y seguirá siéndolo, como anunció Antonio Fraguas «Forges»: se le nombrará presidente perpetuo del Instituto Quevedo.

Los desgarrados aullidos de los pavos reales del Retiro reabrían a las diez de la mañana la capilla ardiente de Antonio Mingote. Lluvia y melancolía . Isabel Vigiola sube las escaleras del brazo del director de ABC, Bieito Rubido , y junto a ellos Catalina Luca de Tena, Soledad Luca de Tena, José Miguel Santiago Castelo e Ignacio Camacho . Dan el pésame a las viuda el consejero delegado de Vocento, Luis Enríquez , y la directora general de ABC, Ana Delgado . Jesús Vigiola acompaña a su hermana Isabel.

Arrecian las coronas, como las de Amparo y José Sacristán —«Hasta siempre, maestro»—, Natalia y Rafael, Real Madrid C. F., Café Gijón, editorial Maeva, Fundación Villa y Corte, Efe, Familia Leandro Navarro, Ribadesella, Casa Ciriaco...

Antiguos compañeros en ABC lloraban al maestro: Luis Ramírez, César de Navascués, Rafael de Góngora, Luis Prados de la Plaza, Santiago Almarza, Luis Ignacio Parada y Julián Grau Santos. Concejales como Pedro Corral, Manuel Troitiño, Enrique Núñez, Luis Miguel Boto, el delegado municipal Antonio de Guindos y el diputado de la Asamblea de Madrid Pedro Núñez Morgades aguardan la llegada de la alcaldesa, Ana Botella. Se funde en un abrazo interminable con Isabel y permanece durante más de una hora con la familia: «Antonio Mingote es un genio, una buena persona en el sentido en que lo decía Machado».

Acude el dibujante de ABC Máximo, que solo tiene que reprocharle una cosa a Antonio Mingote: «Se ha muerto demasiado pronto» . Y los queridos cómicos de la legua y autores teatrales que adoraban a Antonio Mingote: Pepe Carabias, Manuel Royo, Tony Antonio, Enrique Bariego. Desencajados por la pérdida del maestro, evocan su pasión en el arte de Talía de un genio total del figurinismo, el guión, la escenografía.

Prosigue el goteo incesante de amigos y amigas de don Antonio: el abogado Jorge Cabezas, Lola Ferreira, el maestro de orquesta Enrique García Asensio, el cantante Micky... Adolfo Suárez Illana, hijo del expresidente Adolfo Suárez , acude a dar el pésame en nombre de su padre al que fue su gran amigo y compañero de partidas de mus. Sus admiradores viajan desde todos los rincones de España, de Daroca y Marbella, de Sevilla y Toledo, de Extremadura y Galicia. Una entrañable anciana de pelo níveo y ojos velados de tristeza se adentra en el jardín del adiós a su ídolo. Se acerca a Laura Valenzuela , que la conduce gentilmente hasta el féretro de Antonio Mingote, el artista que cada mañana esculpía una sonrisa en su rostro octogenario. «Soy de Vigo, pero vivo en la calle Narváez y vengo a pasear por el Retiro a diario. Mingote y yo nos cruzábamos a menudo y nos saludábamos. En mi casa lo seguía desde niña. Siento una pena inmensa... Y si viviera mi padre, suscriptor de ABC, él estaría más triste aún», nos cuenta mientras la viuda se levanta para saludarla y agradecerle tanto cariño. Valenzuela se emociona al contemplar la estampa y, tras un intercambio de abrazos, la acompaña. Llueve fuera: «El cielo llora de pena», dice María, que suspira y alza la vista al telón panza de burra.

El goteo de gentes de todos los ámbitos de la sociedad es continuo —del deporte a la cultura, de la política al humor, de la economía al teatro—, como Mingote era inagotable en su ingenio. Ana Botella, antes de marcharse, saluda a Carlos Domecq Urquijo y Dolores Muguiro Aznar, fieles seguidores del arte mingotiano. Ni la lluvia impide que innúmeros admiradores den su último adiós al maestro. «Es increíble la cola que se ha montado en la entrada del parque. ¡Con la que está cayendo! Claro que era un personaje único», exclama un taxista al escuchar ABC Punto Radio, donde Juan Fernández Miranda —que se acercó a abrazar a Pablo Mingote, compañero y amigo— y su equipo rinden un memorable tributo al maestro en «Cada mañana sale el sol».

El lago del Retiro resplandece mientras caen las gota de agua. Dibujan fantásticas filigranas como movidas por el pincel del genio desde las alturas. Las hojas del árbol que plantó brillan como los galones del general Fulgencio Coll, jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra, que expresa sus condolencias a Isabel Vigiola. Sus palabras rebosan admiración hacia Mingote, tan ligado siempre a los terrenos militares: «Era un ejemplo en todos los sentidos de la vida».

La lluvia se intensifica. No importa. Ni un diluvio impediría que los mingotianos despidiesen al maestro. Arturo Fernández entra casi empapado. Reclina la cabeza ante el féretro: «Cada vez que lo nombre, haré este gesto en homenaje a su grandeza». Más actores: Concha Velasco, Verónica Forqué, Andrés Pajares y Pepe Ruiz , que derraman plácemes hacia «una persona irrepetible».

Tampoco faltaron Ana Pastor, Cristina Cifuentes, Manuel Galiana, Paloma Segrelles, junto con Máximo; Juan Antonio Gómez Angulo, los historiadores José Luis Sampedro Escolar y Matías Díaz Padrón, Alfredo Pérez de Armiñán, José Manuel Blecua, José Antonio Pascual, Ramón Tamames, Rafael Rodríguez Ponga, el empresario Arturo Fernández, el sacerdote Luis Lezama, Lara Dibildos, José Luis Salas, Juan Entrecanales, Alfonso Ussía y su mujer, Pilar; Godofredo Chicharro, mingotiano convicto y confeso; Julia Trujillo, Victoria Rodríguez, viuda de Antonio Buero Vallejo; María Jesús, viuda de Luis García Berlanga; Emilio Gutiérrez Caba, Mariola Calderón y Luz Tocildo. Un avemaría a capela de Luciana Wolf emociona a la concurrrencia.

Medio siglo unidos

Se acerca el último adiós al marido, al padre, al abuelo querido. Sus nietos Pablo y Héctor evocan el ingenio del maestro: «Toda su vida se la pasó dibujando; era lo que le gustaba». El hijo de Antonio, Carlos Mingote, rememora cómo de pequeño acompañaba a su padre a llevar el dibujo diario a la antigua Casa de ABC en la calle Serrano —que era de doble sentido—, en un 600. Entonces vivían en la calle Andrés Mellado, y regresaban por Cea Bermúdez, que también era de doble sentido, contando los coches que adelantaban. Recuerdos imborrables.

Isabel no se separó ni un minuto de Mingote en 46 años. « No sé cómo voy a vivir sin él , era una persona que siempre quería la paz y que no conocía el odio, no era fanático y sí fácil de convencer a través de las ideas». Así se resume el pensamiento de un titán, de un ser absolutamente irreemplazable.

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