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Vivir para las Fragas del Eume

Análisis

Vivir para las Fragas del Eume

MÓNICA

FERNÁNDEZ-ACEYTUNO

Está entrando por el mar la niebla para apagar el fuego. ¿Qué puedo decir? ¿Qué puedo arreglar yo escribiendo? ¿Cómo explico lo que eran, lo que son las Fragas del Eume? No hago más que mirar hacia el horizonte que por aquí da a la ría y por el que se puede saber cómo está el mar sin verlo. Me he acostumbrado a adivinarlo por el olor a salitre, o por el vuelo de las gaviotas que entran cuando hay temporales. A veces, tendiendo la ropa, por la velocidad a la que se seca, me doy cuenta de que habrá incendios.

Y así estaba el sábado el día, seco, bochornoso, el cielo amarillo, con viento racheado, uno de esos días que no presagia nada bueno y otra vez, tendiendo la ropa, pensé: «Va a haber incendios». Hace ya varias semanas que afortunadamente se suspendieron los permisos de quema, que es algo que hasta hace no mucho no sucedía porque se esperaba a la misma fecha todos los años, hiciera el tiempo que hiciera y, claro, los montes ardían. Eso ha cambiado, menos mal, pero tienen que cambiar muchas más cosas.

Para empezar: que haya especies alóctonas entrando en las fragas. Entran estas especies como está entrando la niebla, silenciosa, sigilosamente, con pasos de semillas que germinan con el fuego porque son pirófilas. Y ese es el problema que nos vamos a encontrar entre las cenizas: que las primeras especies en germinar serán las amantes del fuego: brezos, tojos, y por encima de todos ellos, esa pesadilla para las fragas que se llama eucalipto. Un bosque atlántico no arde por sí sólo, ni siquiera con la ayuda de uno o varios delincuentes, porque el incendio baja al suelo, como si agachara la cabeza, al llegar a la fraga. Sólo alcanza las copas cuando aumenta la temperatura y eso sólo sucede si hay, entreverados en la fraga, eucaliptos de hojas cargadas de terpenos altamente inflamables.

Los robles, los fresnos, los bidueiros, los ameneiros aún no habían desplegado del todo sus hojas. Acaba de empezar la primavera. El suelo, donde no había cenizas, estaba el domingo todo cubierto de fresales y violetas silvestres. No puedo ni pensar que sigan quemándose las fragas, ese único bosque atlántico y costero que no fue sembrado ni plantado por nosotros.

¿Cómo podríamos llegar a hacer eso? Recuperar la fraga con nuestra torpe mano. Qué hábiles somos para la arquitectura, y qué burdos para imitar la Naturaleza. Porque se trata no sólo de plantar brinzales a tresbolillo, sino de hacer y a la vez dejar de hacer. Y esa arte quien mejor la domina son las personas que allí viven. Los habitantes de la fraga son tan necesarios como los carballos a los que quitaban la corteza para curtir las pieles. Con ellos, y con todos los que estén dispuestos a vivir de y para las Fragas del Eume, habrá que empezar a hacer las cosas de otra manera. Ahora solo espero que esta niebla se convierta en agua.

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