«Blancanieves», «Redención» y «Extraterrestre», entre las críticas de los estrenos
Julia Roberts se convierte en la malvada madrastra del clásico y comparte hueco en la cartelera con lo nuevo de Nacho Vigalondo
«Blancanieves»
POR OTI RODRÍGUEZ MARCHANTE
Con unos ligeros toques ácidos al guión, Melisa Wallack, convierte el cuento infantil en una irreverente pero sedosa comedia que el director Tarsem Singh filma sin pudor con una extraña combinación del aire Tim Burton y un sudor entre el mundo de Valle Inclán y el de Lewis Carroll. Se le cambia el punto de vista: la estrella es la madrastra, una Julia Roberts que no duda en reírse de sí misma y en aceptar que ella no es la "pretty woman" de la historia (tremenda y delirante la escena de su drástico tratamiento de belleza). Deciden, con criterio, no explorar en las otras posibilidades del cuento; es decir, no tanto en las góticas como las exóticas, y cambian el terror por un tono de comedia y por un sentido floral de su puesta en escena, con unos personajes (los siete enanitos) más próximos al espíritu de Robin Hood que de Disney, y con una Blancanieves (la sorprendente Lily Collins, hija del cantante Phil Collins) tan aceptable en el papel de princesita cursi como de granuja con corazón. Las "morcillas" que se introducen al texto original de los Grimm tienen tanta gracia como perversidad, y se acepta que el príncipe es un pazguato (algo que consigue sin esfuerzo el actor Armie Hammer), que la madrastra es el alma de la función y que la manzana es un macguffin o el beso una solución revisable. Parece ser que hay varias ofertas cinematográficas de Blancanieves a la espera de estreno, aunque en ninguna de ellas se atravesará el espejo con el trapajo desinhibido y grotesco de ésta, que igual chapotea en el zafio populismo que en el chispeante final made in Bollywood.
«Redención»
POR O. R. M.
Tal vez no sea difícil urdir el sentimiento trágico, pero sí lo es, y mucho, exhalarlo y que se padezca, que se palpe, y más aún si viene envuelto en una historia presa de lo cotidiano, de lo vulgar. Y eso es exactamente lo que hace en su debut como director el actor Paddy Considine en esta película mediante el áspero y conmovedor retrato de sus dos personajes protagonistas, un hombre preso de un furioso fatum y una mujer ungida de piedad, infortunio y lado oscuro. "Redención" comparte clima y paisaje con ese cine descarnado y seco del mejor Ken Loach, pero como restregado por un rayador de pan, más fino en lo ideológico y con más solidez dramática, aunque la mirada de Considine hacia la carne de sus personajes esté más cercana a la de Mike Leigh. Todo el naturalismo externo de la película, amplificado hasta el extremo por las magníficas interpretaciones de Peter Mullan (un actor que alude también a Loach) y Olivia Colman, choca extraña pero eficazmente con las grandes dosis de escurridizo simbolismo interno tanto de los personajes como de sus actos y motivaciones, hasta el punto de que la propia frialdad del argumento y lo espinoso de la trama envuelven de calidez e inclinación al espectador, a pesar de los pesares. A pesar, incluso, de que ofrece una visión perturbadora y distorsionada de la violencia, de los muelles que la propulsan y de la rara catarsis que la escolta. Aparte de la pegada trágica de "Redención" y de la narrativa firme, solvente y sobria de Paddy Considine, la película goza de un trabajo abrumador de Peter Mullan, un actor que aprieta y acaricia con la misma fe, y el complejísimo batiburrillo de pasiones y compasiones que Olivia Colman inocula a su personaje que convierte el desconcierto en sinfonía y la indecisión en seísmo. Tal vez por ello, y por algo perturbador y retorcidamente ético en la intención del director, lo que es sin duda una desconcertante tragedia también puede verse como una crónica balsámica y hasta esperanzadora.
«Almanya»
POR O. R. M.
Una mirada muy cercana, apasionada y mordaz a la inmigración, al arraigo y desarraigo de una gran familia turca en Alemania, escrita y dirigida por Yasemin Samdereli con un sentido del humor y también del respeto absolutamente admirables, tal y como está de turbio ese asunto del asentamiento islámico en "occidente". Podría titularse, para entendernos, "Vente a Alemania, Hussein", que así se llama el patriarca de esta familia de inmigrante de tercera generación y que conseguirá por fin la nacionalidad alemana tras comprometerse a comer cerdo a diario y a viajar a Mallorca cada dos años. Humor, pero también ese tonillo de amargura en un niño al que no le dejan jugar en el colegio ni en el equipo de los alemanes ni el de los turcos... La película es un viaje de ida y de vuelta, pues también mira socarrón el paisaje y paisanaje de Turquía, donde aún se empeñan en llevar bigote.
«Queridísimos intelectuales»
POR O. R. M.
Carlos Cañete explora en el primer plano de una decena de personajes que le contarán a su cámara fija una peculiar mezcla de recuerdos, sensaciones y opiniones sobre los placeres y los dolores de la vida. Podría discutirse la condición de "intelectual" de todos ellos, pero es indiscutible el interés personal, argumental y visual que rezuman en la pantalla. La lucidez de juicio y verbo de Fernando Sabater, su magnetismo razonable y erudito, choca, por ejemplo, con las evocaciones a calzón caído del catedrático Carlos Moya, llenas de precipitación, sentimiento y gracia. O la sagacidad y sutileza de Román Gubern, cuyo sentido del humor hay que batearlo, como el oro de los ríos, frente a la expresión abierta, despreocupada pero académica de Luis González Seara. O la parla entretenida y leída de Javier Tomeo, alguien que sólo se ha reído un par de veces en toda su vida, junto a las fantasías termales de Rubert de Ventós y su inextinguible vitalidad; o la seriedad turbadora de Elena Ochoa, los apuntes de Nuria Amat o Antonio Soler y la cabeza punzante de Santiago Carrillo, que habla del futuro como si ya hubiera pasado. En fin, una película de reflexiones en una época de flexiones y acrobacias que, sorprendentemente, consigue fijar la vista y el oído como si en vez de profunda e interesante fuera espectacular y epidérmica.
«El exótico hotel Marigold»
POR ANTONIO WEINRICHTER
La premisa de esta película desprende un curioso aroma poscolonial: un grupo de jubilados ingleses de economía más o menos ajustada decide retirarse a una suerte de residencia para la tercera edad… en la ciudad india de Jaipur. Un personaje, el de la inefable Maggie Smith, no cesa de proferir exabruptos raciales (pese a provenir de una sociedad multiétnica como la británica) mientras que en el otro extremo el juez que encarna el estupendo Tom Wilkinson regresa en busca de un viejo amor de juventud. El guión con el que trabaja el director John Madden (o la novela de la que parte) peca de colonialismo en un sentido distinto: está lleno de tópicos sobre la India (un totus revolutum de exotismo, miseria y alta tecnología), los paisajes de la India (aunque no los veamos, realmente) y los personajes que uno espera encontrarse en la India. Pero no es la problemática mirada occidental el tema que preocupa a Madden: lo que ha querido hacer aparentemente es una versión exótica y para la tercera edad de ese gran éxito del cine inglés que fue Love Actually (el vínculo lo establece la presencia de Bill Nighy, aquí mucho más apocado que el memorable rockero que allí encarnó). A saber, una película coral sobre la segunda (o tercera) oportunidad que el viaje procura a sus personajes para rehacer su vida o su situación de pareja. Es un tema grande como la vida misma y proclive al lugar común pese a que aquí se module a través de media docena de personajes, y se beneficie de la impecable dicción de grandes actores como Judi Dench, Wilkinson o Maggie Smith. Pero estos reparos a la construcción o el tópico que asoma de vez en cuando por la trama sucumben ante su carácter de película “positiva”, de buen rollito, que la convertirá en favorita del público de cierta edad: no hay más que ver las furibundas cartas al director de los periódicos ingleses que han publicado críticas negativas al trabajo de Madden.
«Todos los días de mi vida»
POR J. CORTIJO
La amnesia, mezclada o no con la magnesia, es un metrónomo habitual que Hollywood usa para marcar el paso, en plan comodín o incluso como esa siniestra «baba rosa» de los cuchitriles fast-food. Y, hablando de babas (y de fast-food, claro), he aquí la última culebrilla desmemoriada aplicada al drama sentimental, en la línea de «50 primeras citas» o, en pirueta espacio-temporal, de «Más allá del tiempo» (también con Rachel McAdams y sus adorables lunares): una moza debe soportar a un pobre diablo (Channing Tatum, ese Mark Wahlberg en «modo romántico on», es decir, con jersey de ochos color hueso) emperrado en demostrar que es su marido mientras ahuyenta a su noviete de instituto, época donde se han detenido sus recuerdos. La historia, «real», previsible, blanca (menos en su feroz y tan pancha justificación del adulterio altoburgués) y con par de «guays» en cada página de guión, es tan inofensiva que ni llega a ser mala. Solo, sí, perfectamente olvidable.
«Al borde del abismo»
POR J. M. CUÉLLAR
Nada es lo que parece y, cuando aparece, lo que es resulta mejor de lo esperado. Eso sí, mientras la bestia peluda va descubriendo su faz, todo es un colmillo retorcido que te va atrapando, soltando adrenalina, pendientes de una angustia total que va in crescendo. Leth ha conseguido un thriller lleno de precisión y vitalidad en el que se conjuga todo lo que interesa al ciudadano de a pie: la lucha contra el malvado poderoso que, hoy más que nunca, estrangula al de abajo. En la compleja trama para dar la vuelta a la tortilla, Leth imagina una historia que va devorando todo lo demás: Nueva York, la cornisa, los policías, la familia, los negociadores... Un complejo puzzle bien trabajado, con un ritmo tan incesante e intenso que te mantiene colgado de la cornisa (o del abismo) desde el primer instante hasta el último suspiro.
«El perfecto desconocido»
POR OTI RODRÍGUEZ MARCHANTE
Película con un empaquetado curioso: es la primera del director mallorquín Toni Bestard y está adornada con el lazo de la interpretación de Colm Meaney, ese actor irlandés que llena cualquier vacío del cine americano. "El perfecto desconocido" es él a su llegada a un pueblo de Mallorca, y su mirada llena de desconcierto e incomprensión (ni los entiende ni le escuchan los curiosos habitantes de la localidad) forma lo que es el cuerpo argumental de la historia, aunque oculta entre sus pliegues varios enigmas del pasado. Es una película tan naturalista y descriptiva como surreal y descabellada, que rezuma un humor mudo basado en la incomunicación entre los que se entienden y la comunicación entre los que no... Al tiempo, tanto la historia como la construcción de los personajes está atravesada de una ingenuidad que puede resultar chocante, pero también emocionante, a pesar de la batería de mensajes "naïf". Junto a Colm Meaney, que a falta de texto utiliza magníficamente su rostro como de cervezas recién bebidas, aparecen con un ligerísimo deje berlanguiano actores como Ana Wagener, Natalia Rodríguez o Guiem Juaneda.
«Extraterrestre»
POR FEDERICO MARÍN BELLÓN
Más que ciencia ficción, «Extraterrestre» es una comedia marciana, chanante y tróspida, en apariencia condenada al fracaso. (Lamento interrumpir con inciso tan prematuro, pero si el lector no conoce al menos dos de los adjetivos, quizá no sintonice con la cinta. Y este es quizá el mayor pero, su dificultad para sumar públicos; como Malick, pero en castizo). La trama apenas tiene precedentes, ni siquiera entre la serie B, aunque los primeros tiros parecen apuntar a los estupendos y apocalípticos «Tres días» de F. Javier Gutiérrez. Pero no, Vigalondo, un tipo tan capaz de llegar a los Oscar con un corto madrugador como de inmolarse por un chiste negro, halla una forma distinta de explorar el espacio narrativo. El otro, el exterior, es una foto casi fija, una excusa para que su ET, que se viene con la familia, meta en situación a unos personajes que cabrían en el escenario de un teatro pequeño. Lo grandioso de la película es la habilidad de Vigalondo para que sus cuatro cómicos y el hermoso contrapunto de Michelle Jenner nos hablen de las relaciones humanas con descacharrante clarividencia. Para empezar, y al contrario que otros, este director sabe bien que si enseña dos culos, es mejor que nos ahorre el de Carlos Areces.
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