Un viaje al legado de Unamuno
La Universidad de Salamanca descubre grandes tesoros literarios al catalogar la biblioteca del escritor

La Universidad de Salamanca —la institución que fue protagonista de muchas de sus alegrías y otros tantos sinsabores—, el centro al que dedicó sus esfuerzos personales y profesionales, en unos años en los que creció como poeta, filósofo, escritor y docente, permite ahora bucear en el legado más profesional y personal del gran Miguel de Unamuno : su biblioteca.
La catalogación de la biblioteca donada por el Rector Vitalicio de la USAL nos lleva a descubrir los intereses literarios del escritor vasco, sus lecturas pausadas, sus autores predilectos y su forma de abordar la experiencia única de adentrarse en las páginas de un libro.
Fiel a su singular personalidad, el legado unamuniano es a la vez notario directo y testigo histórico de «cómo fue el personaje, cuáles eran sus gustos y sus intereses ; que eran muchos y muy diversos», según comenta Óscar Lilao, especialista en Fondo Antiguo de la Universidad salmantina y responsable de la catalogación de la mayor parte de los libros donados por el pensador.
Un conjunto que ronda los 6.300 volúmenes entre libros y revistas, entre los que es preciso distinguir entre aquellos ejemplares que fueron adquiridos por el propio Unamuno, de aquellos otros que le regalaban y que están relacionados la mayor parte de ellos con otros personajes o con la difusión de su propia obra en el extranjero.
La impronta de Unamuno se encuentra reflejada en aquellas lecturas a las que acudía en los diferentes contextos de su vida. Algunos de los libros presentan huellas inequívocas de haber pertenecido a su biblioteca personal y de haber sido consultados y leídos, como una etiqueta en piel roja adherida a la cubierta anterior de las encuadernaciones con el texto «M. de Unamuno».
Voraz leedor de clásicos
Junto a la etiqueta, en las portadas puede aparecer un sello de tinta con el texto: «Miguel de Unamuno BILBAO», además de la frecuencia de la firma manuscrita del autor. Pero tanto Lilao como el director del Servicio de Archivos de la Universidad de Salamanca, Miguel Ángel Jaramillo, coinciden en destacar que «lo más interesante» de todos los elementos y huellas dejadas por Unamuno en sus libros son las notas que en ellos incluía y que son de dos tipos, dependiendo de la lectura de la que se trate.
Así, en todos aquellos títulos en lenguas extranjeras, preferentemente en las clásicas y entre ellas el griego, el rector anotaba la traducción de alguna palabra, que le permitiría posteriormente « una lectura seguida y continuada de todo el texto », aclara Lilao.
Sin duda alguna, los elementos más destacados y que más datos revelan sobre personalidad y los intereses del autor de «Paz en la guerra» son frases sobre el contenido y pequeños resúmenes que incluía en las páginas en blanco al final de cada libro con ideas «sobre lo que aprovecharía de esta lectura», matiza el experto en fondo antiguo.
Como voraz leedor de los clásicos grecolatinos, la biblioteca personal de Unamuno integra una pequeña pero valiosa colección de libros que se publican en París en la segunda mitad del siglo XVIII con una edición muy cuidada y de bolsillo procedentes de las prensas de Joseph Gérard Barbou y que incluye textos de Horacio, Tito Livio, Lucano, Lucrecia y Nepote.
En este mismo ámbito, se ha hallado el importante tratado para la filosofía de las ciencias de Francis Bacon, «Novum organum scientiarum», edición de 1779 , de la que solo se conocen otros tres ejemplares en bibliotecas universitarias españolas, además del salmantino; así como cuatro volúmenes de los ocho que formaban la magnífica edición de las obras completas de Juan Luis Vives.
Algunos de los títulos proceden de «libros de viejo», como lo demuestra el hecho de que incluyan notas de antiguos poseedores, entre los que se encuentran dos ediciones en vasco de temas religiosos como la «Introducción a la vida devota de Francisco de Sales», de 1749, realizada por Juan de Haraneder, o la traducción de la «Imitación de Cristo» al latín, al castellano y al vasco. En una edición más moderna, de 1883, con una traducción del Evangelio de Juan, se puede observar al final un esbozo de cabeza de mujer realizado por Unamuno.
Un compendio de títulos, explica Lilao, «que son rarezas y que encima tienen el valor de los textos de Unamuno» . A ello se suma la circunstancia de que algunos de ellos son herencia familiar, como el Catecismo histórico de Claude Fleury, de 1825, en el que puede leerse la nota de un antepasado: «Este libro es de José Antº de Jugo a 11 de abril de 1828».
Junto con este conjunto, hay una parte que podría denominarse como «más moderna», según Jaramillo, y que refleja la relación internacional del autor con otros escritores, como la correspondencia de cartas y libros con un erudito sueco de la época o con autores como Benito Pérez Galdós, Pardo Bazán u otros.
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