Perfil
La suerte del campeón
Javier Arenas, candidato a la Junta de Andalucía
SI Orson Welles estuviera vivo y tuviera que escribir el guión de la película «Ciudadano Arenas», una especie de Kane pero en clave andaluza, los testimonios que hilvanaría para pergeñar el perfil del político de Olvera formarían un contraluz más que un mosaico armónico. Sus adversarios políticos ya lo ven como el enemigo que puede quitarles algo que creían de su exclusiva propiedad: Andalucía. Para esos enemigos irreductibles Javier Arenas Bocanegra es un señorito andaluz que lleva más de treinta años lustrándose los zapatos por un limpiabotas mientras lee la prensa de derechas. La caricatura es tan burda como la ola de conversiones que podría producirse si llega al Palacio de San Telmo, aunque luego no lo ocupe, como ha prometido.
Ese Arenas, trazado a golpe de chafarrinón que moja las cerdas de la brocha gorda en la cal viva del rencor, no existe. Hay que coger un pincel más fino para dibujar el perfil de este homo electus que lo ha sido casi todo en su profesión. Porque Arenas es, para lo bueno y para lo malo, un político tan profesional como vocacional , un animal político en el sentido aristotélico y en la faceta biológica del término. Callejero y viajero por un lado, no podría vivir fuera de los despachos ni de las conspiraciones donde se respira el olor del poder. En la izquierda más radical lo ven como un tipo cercano: algunos lo llaman Javi cuando hablan de él en privado. Dice que es conciliador, cercano, un punto gitano a la hora de llevarse bien con los otros. A veces llega al surrealismo y queda a comer con tres o cuatro mil personas para un día de estos...
En el otro bando están los suyos: los arenistas. El PP andaluz es un bloque homogéneo con las puertas herméticamente cerradas: no hay corrientes de ningún tipo, ni siquiera de aire... Algún liderazgo provincial o local que no le hace la más mínima sombra al Jefe, que así lo llaman. Arenas destaca sobre el resto del partido de una forma excesiva . Sus colaboradores más allegados lo describen como un tipo que vive para la política, que lleva ocho años de campaña electoral continua. Destacan la tranquilidad con la que está viviendo estos días que serán cruciales para su larguísima carrera. Exige serenidad a su alrededor. Y nunca pierde los papeles: «Te puede reñir, pero jamás da una voz ni pierde la compostura ni la educación; nunca le echa una bronca a nadie aunque puede reprender duramente a quien no se toma el trabajo con seriedad».
La virtud siempre está en el término medio, o eso decían los clásicos. Arenas no es el líder perfecto que retratan sus admiradores del partido: en 1996 prefirió irse a Madrid de ministro en vez de gestionar la derrota de su partido en unas elecciones que tenía ganadas antes de que comenzara aquella campaña electoral que nada tiene que ver con esta. En 2004 regresó para expiar aquella culpa. Y tampoco es el señorito con gestos de cacique que pregonan los demagogos del Régimen andaluz para descalificarlo ante el pueblo. Arenas estaría, en ese caso, más cerca del tipo de clase media que juega al pádel . No es un exquisito experto en vinos, algo más propio del socialismo de salón comedor, sino un castizo que prefiere la cerveza Cruzcampo para acompañar el plato de su debilidad: el jamón. Gustos sencillos que comparte con la mayoría social que no es socialista por mucho que se empeñen los que se creen dueños de Andalucía.
Para conseguir su objetivo solo le falta ese don que los cielos le han negado a José Antonio Griñán desde que accedió al poder: la suerte, la baraka, la buena estrella... Pausado y sereno por un lado, no cesa de meterles presión a los suyos para que no se duerman en unos laureles que aún no han conseguido.
Ese es el Javier Arenas ambivalente que vive intensamente una campaña que le han diseñado para que duerma seis o siete días en su casa, para que no pierda el contacto con su familia hasta el punto de convertirse en un zombi que repite argumentarios sin saber dónde está. Los que trabajan a su lado dicen que domina la situación, que está tranquilo... pero que la procesión va por dentro. Ese empujón que necesita para ganar por mayoría absoluta el 25 de marzo, Domingo de Pasión en el calendario litúrgico andaluz, se denomina en el mundo del fútbol con una expresión que contiene el apodo con el que se le conoce en política: la suerte del campeón. Alea jacta est.
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