la rotonda
¿Hay algo más verde que el asfalto?
La muerte hace dos semanas del arquitecto y urbanista Manuel de Solà-Morales, una de las personas que mejor ha explicado Barcelona, ha servido —es lo que tienen las necrológicas— para refrescar algunas de sus reflexiones, siempre didácticas, sobre el Eixample. Sin ir más lejos, su brillante conferencia inaugural de las actividades del Año Cerdà aún puede escucharse, en su propia voz, en el archivo (http://www.anycerda.org/web/arxiu-cerda), en lo que es una aproximación amena y nada pedante a la génesis y evolución de la universal cuadrícula barcelonesa. Sus reflexiones pueden sumarse a las de otro grande del urbanismo barcelonés, Oriol Bohigas, quien siempre desde una sana heterodoxia no duda en cargar contra cierta idealización de la trama de Cerdà: según la idílica visión romántica, una icaria verde prostituida por la voracidad de los especuladores, una ciudad jardín sobre el plano convertida, siglo y medio después, en una densa y asfixiante ciudad; de los 250 habitantes por hectárea que planificó Cerdà a los 850 de la actualidad. Sí, seguramente vivimos o trabajamos en un Eixample que no es el que imaginó Cerdà —sí en sus trazados, por suerte—, en el que la presión de los propietarios logró primero cerrar el perímetro de las manzanas, luego aumentar alturas, luego proseguir con las remontas... En contra de cierta idealización debe decirse que, cuanto más se desvirtuaba la idea de Cerdà, más vibrante era Barcelona: más poblada, densa, dinámica... mejor ciudad. Disemine aquí y allí alguna zona verde, y «voilá», probablemente una de los mejores barrios del mundo en el que vivir.
Como Bohigas, como Solà-Morales, siempre es conveniente acercarse sin prejuicios a realidades que damos por sentadas. Es lo que hace Edward Glaeser en su muy interesante «El triunfo de las ciudades», una apasionada reivindicación de la densidad urbana y una amonestación a un ecologismo indocumentado que, con el «Walden» bajo el brazo, proclama el «no crecimiento» y un regreso a la naturaleza que sería desastroso.
«¿Hay algo más verde que el asfalto?», se pregunta Glaeser, que demuestra con cifras que nada hay más sostenible que un arrogante rascacielos, y nada más insostenible que querer vivir en el campo con las comodidades del siglo XXI. Si amas la naturaleza, aléjate de ella. ¡Viva la densidad!
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