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Putin retoma el cetro de la autocracia en Rusia

Confía en arrollar en las elecciones y sopesa la posibilidad de eternizarse como presidente hasta el año 2024, cumpliendo dos mandatos más

RAFAEL M. MAÑUECO

Vladímir Putin se dispone a volver a ser presidente de Rusia, a recuperar el trono del Kremlin y a dirigir el país con firmeza inapelable durante un nuevo mandato de seis años. El todavía jefe del Estado, Dmitri Medvédev, se quitó de en medio en septiembre del año pasado aduciendo que el índice de popularidad de su mentor es más alto que el suyo. Aunque Putin, eso sí, le ha prometido el cargo de primer ministro.

Este intercambio de papeles, este guión prefabricado por el que Putin podría eternizarse en el poder hasta 2024 (con dos mandatos presidenciales más) fue lo que provocó la indignación y condujo a las multitudinarias protestas que continuarán en los próximos días.

El atípico montaje bicéfalo de su tándem con Medvédev estaba causando un peligroso desdoblamiento en la Administración. Pero lo más grave de los últimos años, a juicio del director del Centro Carnegie de Moscú, Dmitri Trenin, ha sido el aumento de la corrupción. «Nunca antes había llegado a los niveles actuales», subraya. Una lacra a la que, en buena parte, se hace responsable también de las enormes diferencias sociales existentes en Rusia.

Estancamiento

La mayor parte de los expertos sostienen que Rusia vive un penoso estancamiento político y necesita una renovación en profundidad de su sistema y legislación. Los problemas se han acumulado y, por lo que se ve, Putin no está dispuesto a dejar que los solucione Medvédev.

Putin recibió a finales de los 90 de la mano de su predecesor, Borís Yeltsin, un Estado debilitado y avasallado por las tropelías de los islamistas chechenos. Fue promovido por «la Familia«, el círculo de poder formado por Tatiana, hija de Yeltsin, y varios oligarcas, entre ellos Borís Berezovski, exiliado actualmente en Londres.

Su misión era poner orden en Rusia, pero permaneciendo fiel al núcleo yeltsinista. Cumplió el encargo solo en parte y se rodeó además de sus antiguos camaradas del KGB, personas para quienes la palabra democracia era sinónimo de desorden. Llegaban ávidos de poder porque en la época Yeltsin había permanecido en un segundo plano. Y con ansias de participar de la bacanal de las privatizaciones. Gracias a su imagen de hombre duro, y con ayuda de la reanudación de la guerra en Chechenia, la popularidad de Putin se disparó. Y pese a varios oscuros episodios, hasta hoy se ha mantenido en altas cotas de popularidad.

Putin pinta cuadros, conduce coches de Fórmula 1, pilota aviones de combate, canta, toca el piano, se sumerge en el mar para recuperar objetos arqueológicos, monta en Harley Davidson y se codea con estrellas como Leonardo DiCaprio, Mickey Rourke o Naomi Campbell. Toda una «superstar» de la política rusa. Pero está ahora más cuestionado que nunca por una emergente clase media urbana. Gorbachov duda de que sea capaz de «acometer las reformas» que Rusia necesita.

Y la oposición liberal teme que su acaparamiento de poder facilite una mayor corrupción. El miedo a que responda con mano dura a esta nueva disidencia lo intensifican la agresiva retórica de sus seguidores y las amenazas y acusaciones lanzadas contra la oposición, a la que tildan de «puñado de traidores a sueldo de Washington». Vladímir Putin vuelve así a retomar un poder absoluto, sin grandes novedades a la vista. Cree que siempre lo hizo todo bien y que hay poco que cambiar.

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