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EL OASIS CATALÁN

Quiero y no puedo

Desde su inicio, Spanair estaba condenada al fracaso, si tenemos en cuenta que el planteamiento de la compañía obedecía a proyectos políticos y no a planteamientos empresariales

miquel porta perales

SPANAIR deja de volar. Alguien dirá que se trata de otra empresa que cierra por la crisis. Y ahí está el precio del combustible, la mala gestión del negocio, la falta de inversores, una compañía muy tocada después del accidente de Barajas y con serios problemas de solvencia. Sin olvidar la espada de Damocles —sanciones por competencia desleal— de una Unión Europea que no admite las ayudas públicas recibidas por Spanair. Algo o mucho de eso hay en la quiebra de la compañía aérea. No es todo.

Desde su inicio, Spanair estaba condenada al fracaso, si tenemos en cuenta que el planteamiento de la compañía obedecía a proyectos políticos y no a planteamientos empresariales. Spanair era la expresión del deseo de soberanía aérea de Cataluña. Cuando las compañías de bandera desaparecen y la Unión Europea prohíbe las ayudas públicas, en Cataluña se constituye una compañía de bandera propia con la ayuda de la Generalitat de Cataluña y el Ayuntamiento de Barcelona. Ese jugar a ser Estado de la política catalana ha sido un fiasco. Quiero y no puedo. Y me hundo por hacer las cosas sin contar con nadie ni tener en cuenta las circunstancias. ¿Nadie se dio cuenta de lo que podía suceder? El pensamiento único nacionalmente correcto —en forma de silencio— se impuso. Esa Catalanair que debía ser Spanair tuvo su origen en los despachos del tripartito y el actual Govern continúa dando alas a la fantasía hasta que, a la vista del desastre y los recortes, cierra el grifo. ¿Podía haber sido de otra manera? Para ello hubiera sido necesario que la gran empresa catalana —esa que lamenta la falta de infraestructuras y sólo sabe quejarse del centralismo de Aena— hubiera invertido en el proyecto. No lo hizo. Como tampoco invirtió en la privatización de una Iberia que quizá habría apostado —parcialmente y no sólo low cost— por el Prat. Ahora, ¿cómo llenamos el nuevo aeropuerto? Con chapuzas y entelequias, no.

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