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ABC Cultural

«Moneyball», «Katmandú» y «Promoción fantasma», entre las críticas del 3 de febrero

Este fin de semana llegan a la cartelera el filme con el que Brad Pitt opta al Oscar, la última película de Icíar Bollaín y la nueva entrega del director de «Spanish movie»

«Moneyball», «Katmandú» y «Promoción fantasma», entre las críticas del 3 de febrero ABC

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POR OTI RODRÍGUEZ MARCHANTE

Es más fácil entender la Conjetura de Goldbach que los entresijos del béisbol, por lo que uno ya entra a cualquier película que trate de ese deporte con cara de suspenso. Una historia escrita por Zaillian para Soderbergh (proyecto fallido por su elevado coste) y reescrita por Sorkin para Bennett Miller en un raro paralelismo de lo que, en realidad, trata la película, que no es exactamente de ese engorroso deporte sino de su buena gestión deportiva y financiera. Bennett Miller pasa, pues, de la buena letra de "Capote" al buen número de "Moneyball", una película sobre un equipo pequeño que de repente quiere verse grande, por lo que su historia cambia de terreno de juego y se instala en el campo de la superación, de la fe en uno mismo y en lo útil que puede ser la estadística y las matemáticas en las oficinas de un club deportivo. Lo primero que consigue Miller es quitarle a su película el evidente barniz de telefilm que la acecha: dos hombres pretenden llevar a la cima a un equipo mediocre, pero la realidad no se deja doblegar fácilmente... Y pone su acento en la carne de la historia, en el manager del equipo, Billy Beane, curioso personaje fracasado con carcasa de ganador que encarna con gran estilo Brad Pitt, y en el efecto lupa que sobre ese manager ejerce su joven ayudante, un tipo gordito y lunático capaz de pasar el béisbol y todas sus estrellas a sistema binario, y que interpreta Jonah Hill como si realmente fuera a él a quien debieran nominar a un Oscar... La relación entre estos dos personajes, con todos los matices del frío, la frescura y la flema, es el mejor escape del espectador contra sus posibles lagunas ante las leyes del juego: no es imprescindible saber lo que es embasar en el béisbol (de hecho, yo lo ignoro por completo) pero si alguien lo lleva sabido, mejor.

POR O.R.M.

La naturalidad casi nunca es mala en la vida y nunca en el cine, por eso una actriz como Verónica Echegui, tan espontánea como un taco bien dicho, convierte al personaje de esta película en un grifo abierto. Ella es Laia, una joven maestra que trabaja como voluntaria en una escuela nepalí, y su experiencia (que es la historia que se narra) nos sumerge en la vida, costumbres y valores de un país tan sonriente y afligido al tiempo. La última película de Icíar Bollaín tiene prácticamente todas las cualidades de la anterior, "También la lluvia", pues comparten mirada, complicidad, relato, complicación y alma. La sencillez narrativa convierte en natural la cadena de sucesos, siempre tratados por Bollaín con la sensibilidad y crudeza precisas, sin afilarlos, sin añadirles espinas, como si ocurrieran a pesar de ella, al fin y al cabo guionista (con la colaboración de Paul Laverty), y midiendo la graduación alcohólica del drama con el indicador de la sonrisa de su protagonista. Rodada muy en el lugar de los hechos, esta película respira y transmite franqueza mediante el complicado ejercicio de convertirse en pura ventana con vistas a la calle, a lo que contribuye la participación esencial en la trama y en su sustancia de actores nativos, como Sumyata Battarai (su ayudante y amiga, con cara de no haber tenido un mal pensamiento en años) y Norbu Tserin Gurung (su marido burocrático y hombre de altar). La fotografía, el montaje, la música..., todo abona al efecto de armonía (al parecer, el rodaje tuvo otro tipo de abono, pues se hizo en condiciones infernales) y de progreso y transformación de los personajes, y probablemente y de rebote también del espectador. Es como si el cine de Icíar Bollaín se buscara a sí mismo por ahí.

POR JOSÉ MANUEL CUÉLLAR

Sucede que, a veces, se juzga a una película no por su guión, dirección, actores o diálogos, sino por el sentimiento que destila. Aunque todos los demás ingredientes no sean brillantes ni los más lúcidos de la historia, basta si el trabajo irradia simpatía, ternura y una buena dosis de honradez. Casi todo es entrañable en esta película de Javier Ruiz Caldera (segunda tras la sorprendentemente exitosa «Spanish movie») y es mérito de esa atmósfera de complicidad cercana que logran irradiar sus personajes. La verdad es que el tema es sabido: Modesto es un profesor de instituto al que echan de todos lados porque ve fantasmas. El pobre no gana para disgustos ni para psiquiatras hasta que da con sus huesos en un colegio, su última oportunidad, donde tendrá oportunidad de redimir, y redimirse, a cinco chavales, fantasmas, evidentemente. La clave de la película es Modesto, interpretado por el genial Raúl Arévalo, sin duda el mejor actor español de su generación y probablemente de otras, que realiza una actuación realmente portentosa. Ese alelado mentecato es oro puro, carne de nuestra carne, pobre pardillo que lo es tanto que hasta querríamos meternos en su piel y sufrir por él para que nada le dañe. Arévalo lidera la película y le da valor añadido. En realidad, le viene como agua de mayo porque el film es cercano pero carece de originalidad.Tiene buenos tramos —las posesiones de los vivos o las sesiones de diván—, pero en general es demasiado previsible y a veces se excede en la ñoñería. Caldera ayuda con una banda sonora de lágrima fácil, pero efectiva. En suma, un trabajo simpático en el que destaca el siempre estupendo Raúl Arévalo, el genio que viene.

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