PREMIO GONCOURT 2011
Michel Rostain: «Lo que se recuerda siempre vive, nunca muere»
Se dice, y es de las pocas certezas de este valle de lágrimas, que no hay dolor más insoportable para un ser humano que la muerte de un hijo. Que además del sufrimiento por la pérdida, te haces preguntas sin respuesta, en qué fallé, por qué a mí, no me di cuenta... Michel Rostain era un director de ópera, amante de la música sobre todas las cosas, salvo su hijo y su compañera. Pero ese hijo murió de una manera fulminante a los 21 años de edad. Rostain quería ser escritor, pero cuando el tristísimo suceso acaeció no escribió una sola línea. «Mi hijo murió y en los seis años siguientes dirigí seis óperas y no escribí una sola línea, no me sentía capaz. Nunca me lo imaginé como una terapia. Simplemente lo hice tuve las fuerzas suficientes».
Por fin, esas fuerzas llegaron y Rostain escribió un libro desgarrador, «El hijo» (La Esfera de los Libros), un grandísimo éxito de ventas en Francia, que además le valió el prestigioso Premio Goncourt a la mejor primera novela. El planteamiento del libro es osado, atrevido, original. Es el hijo muerto quien habla sobre sus padres, sobre sus océanos de lágrimas, sobre su luto, sobre su desorientación. «Hablar de mí mismo —prosigue—, de lo que sufrí o dejé de sufrir, no le habría interesado a nadie. Que sea el hijo quien lo cuenta es lo que le aporta audacia». Rostain también reflexiona sobre el posible poder terapéutico de la literatura: «Me maravilla que haya gente que puede ponerse a escribir después de sufrir una catástrofe, que la escritura le pueda valer para sacar sus entrañas, para redimirse, pero no es mi caso». Si bien reconoce que no ha pretendido lanzar ningún mensaje Rostain sí asegura que «si le ayuda a alguien me sentiré muy orgulloso». Quizá ahora su hijo, al menos en la ficción, será inmortal. «Lo que muere es aquello que ya no recuerdas, todo lo que se recuerda sigue vivo».
Músico como es, Rostain explica a propósito del bellísimo halo poético (ojo, se llora) que alienta sus páginas que «la musicalidad de las palabras es muy importante. Es más bonito decir “dime papá por qué lloras” que “esto es por lo que lloro”. Para mí, lo importante es adónde llevan las palabras más que lo que significan. Es como una sinfonía de Beethoven, no sabes lo que es, pero te lleva, te lleva».
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