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El «Post» de la señora Huffington o el arte de hacer dinero dando de qué hablar

PEDRO RODRÍGUEZ

Arianna Huffington, a sus 61 años, es una encarnación rubia del sueño americano: nacida en Grecia, educada en Gran Bretaña y triunfadora en Estados Unidos. Hace seis años se le ocurrió volcar en Internet su fervorosa conversión a la «progresía». Y con una modesta inversión de un millón de dólares puso en marcha el «Huffington Post» para conectar con sus nuevas amistades de izquierda. Todo un giro copernicano para esta «indignada» con mansión y un intenso historial durante la década de los 90 como tertuliana y activista conservadora.

En uno de los mayores pelotazos en la acelerada historia de los medios de comunicación digitales, la compañía AOL adquirió la web de la señora Huffington el pasado febrero por 315 millones de dólares. La comentada operación sirvió de reconocimiento a un proyecto de periodismo online que pese a sus limitados contenidos propios no ha hecho más que sumar notoriedad y tráfico. Hasta el punto de haber llegado a superar en número de visitantes únicos al mismísimo «New York Times», embarcándose en múltiples proyectos de expansión internacional más allá del mercado de Estados Unidos.

Arianna estuvo casada con el multimillonario Michael Huffington (izquierda), que con su fortuna personal protagonizó sin éxito una de las campañas más caras en la historia electoral americana al intentar convertirse en senador del Partido Republicano por California. Tras su derrota, el frustrado político admitió que era homosexual y se divorció. Una costosa pero civilizada separación en la que Arianna Stasinopoulos se quedó entre otras cosas con la custodia de sus dos hijas y el apellido de su marido.

A lo largo de su carrera mediática como columnista, autora, activista, candidata en las elecciones que convirtieron a Arnold Schwarzenegger en «gobernator» y discutidora profesional entrenada en la Universidad de Cambridge, esta mujer ha cambiado de acera ideológica pero al estilo de Henry Kissinger no ha abandonado nunca su original acentazo. Aunque quizá lo más relevante en esta peculiar mitología griega sea su portentosa capacidad para dar de qué hablar. Y de paso hacer una fortuna.

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