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Carlota de Mónaco: De tal palo... ¿tal astilla?

La hija de Carolina comienza a disfrutar de las mieles de un romance que recuerda a las aventuras de su madre

Carlota de Mónaco: De tal palo... ¿tal astilla? AP

JUAN PEDRO QUIÑONERO

A su edad, Carolina de Mónaco tenía una vida sentimental mucho más libre e independiente que su hija Carlota (25 años, el 3 de agosto próximo), cuyo presunto romance con Gad Elmaleh , un humorista y actor judío de origen marroquí, mucho mayor que ella, quizá marque su iniciación definitiva en las turbulencias de la vida amorosa «en libertad».

Carolina comenzó a «salir» a los 17 años con un cantante de éxito de la época, Philippe Lavil, que era autor de una canción que tuvo dos o tres años de vida, «Avec les filles je ne sais pas». Nacido en la isla de la Martinica, Lavil era un «viva la virgen». Pero aquella aventura no llegó muy allá. Joven, bella y liberal, Carolina era una fastuosa mariposa de alas sedosas y plateadas, reina en las noches de Mónaco, París y las estaciones de esquí de los Alpes suizos.

Cazadora casada

La princesa de Mónaco tuvo incontables pretendientes y compañías de una noche o unas semanas. Hasta que un predador de altos vuelos, Philippe Junot (13 años mayor), consiguió precipitar un matrimonio en 1978. Ella tenía 21 años. Él no conseguía ocultar sus aventuras extraconyugales. Ella anuló el matrimonio y dio rienda suelta a la libertad de una joven divorciada.

La primera gran aventura amorosa de Carolina tras esa ruptura fue su escapada a una isla del Pacífico con Guillermo Vilas, el tenista argentino, en el verano de 1982. «Paris-Match» publicó su legendaria cover: Guillermo en bañador, cuerpo hercúleo, en pie; y Carolina, en biquini, ligeramente «gordita» (era una «drogata» de las bebidas con cola y los aditivos azucarados).

La aventura carnal con Vilas puso los pelos de punta a Rainiero y la princesa Grace. Aconsejada (mal que bien) por unos padres preocupados, Carolina encontró una cierta tranquilidad en la amistad íntima con Robertino Rossellini, hijo del director de cine e Ingrid Bergman. Quiere la leyenda que fue Rossellini Jr. quien presentó a Carolina a un amigo de la infancia, Stefano Casiraghi, hijo de una gran familia de ricos italianos.

Tras su segunda boda, con Stefano, la princesa se consagró esencialmente al más feliz de sus matrimonios, para ser madre en 1984 (Andrea), 1986 (Carlota) y 1987 (Pierre). La muerte muy prematura de Stefano, en 1990, volvió a precipitar a Carolina en un torbellino de viajes, amistades y relaciones (entre las que destacó la que mantuvo con el actor francés Vincent Lindon) que culminaron, nueve años más tarde, con su tercer matrimonio, con Ernesto de Hannover, del que nacería Alexandra.

Recluida en su pequeño reino íntimo, Carolina descubre ahora cómo su hija se convierte en mariposa que vuela con sus propias alas por los meandros de la vida nocturna. Ligeramente menos agraciada que su madre, Carlota Casiraghi ha tenido hasta hoy una vida sentimental mucho menos agitada. Se le han prestado «relaciones» con jóvenes aristócratas como Hubertus Herring Frankensdorf y Felix Winckler. Ninguno atizó pasiones inolvidables. Su relación con Alex Dellal, multimillonario con veleidades vagamente artísticas, tampoco dejó otras huellas que fotos convenidas y glamour de escaparate.

Así las cosas, el encuentro entre Carlota y Gad Elmaleh quizá sea otra cosa. Él ha tenido varias relaciones y esposas. Y es un humorista feroz. Las imágenes de ella saliendo de su domicilio tienen la frescura de una mujer joven y bella, luminosa, radiante, que parece estar descubriendo la gloria en el venturoso lecho de plumas y amor de una aventura imprevisible.

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