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ABC Cultural

«Los descendientes» y «Silencio en la nieve», entre las críticas de la cartelera

La cinta protagonizada por George Clooney y el último filme de Gerardo Herrero llegan hoy a los cines junto a «Sombras en el tiempo» y «Bunraku»

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POR OTI RODRÍGUEZ MARCHANTE

La tierra propia y la carne propia, pero ambas con mayúscula, es lo que descubre Matt King (un George Clooney tan ligero como su camisa hawaiana y más profundo que nunca) cuando la vida le pone delante dos puntos: su mujer en coma irreversible, sus dos hijas en signos de interrogación y todas sus raíces entre paréntesis y a punto de ser segadas. Signos de puntuación que el admirable cineasta Alexander Payne , aquel de "Entre copas", esparce en una historia que ocurre en el interior de un Hawai sin tópicos y de una cabeza, la suya, obligada por las circunstancias a deshacer clichés... La voz en "off" del personaje es el motor de arranque y alma de la narración, el termómetro moral que cuenta con discreto desgarro y reconfortante sentido del humor (como aquel Schmidt de Nicholson en otra de sus anteriores películas) el topetazo con la verdad de la vida cuando se da la vuelta. Payne consigue que el paisaje paradisíaco, el clima cálido, la música melosa y soleada se adecúe a la fachada de sus personajes, pero que, al tiempo, remarque el bullicio sentimental y el amargor en su interior y que todo ello forme un grumo lleno de inteligencia, emoción y un sentido redondo y hermoso que une el pasado con el futuro y que hermana los contrastes, especialmente sutiles en el carácter y modo de todos los personajes, expuestos con su punto de vileza y de bondad: el suegro, áspero y mezquino con él, acaricia con ternura el rostro inerte de su hija; el joven estúpido con destellos de lucidez adulta; sus propias hijas o él mismo, ávido de conocer el turbio pasado de su esposa..., y los hilos invisibles pero fortísimos que unen la repentina certidumbre de que hay que conservar bajo los pies y en la cabeza la integridad de la tierra y de los seres queridos. Y lo que hace de "Los descendientes" una película especial, de esas que salen contadas al año, es su aparente espontaneidad, su mirada al mundo como desde nuestros propios ojos, conservando en su frescor cinematográfico una complejidad y una comprensiva intuición que se exhala de un modo natural, como con espray, por el patio de butacas, sin necesidad de tener que extraerlas como el carbón de una mina.

POR O. R. MARCHANTE

Si hubo que destacar la semana pasada la eficaz brocha gorda de Álex de la Iglesia en "La chispa de la vida" , esta semana toca lo contrario: elogiar el sutil y magnífico pincel con el que Gerardo Herrero pinta esta historia policíaca, negruzca, dentro de una película bélica, en un destacamento de la División Azul en la helada blancura soviética. El arranque, espectacular, es un marco para la fotografía de Alfredo Mayo, con esa expresión "guernica" en la boca de varios caballos atrapados en un lago helado. La trama o texto es la investigación de unos asesinatos en el frente a cargo de un ex inspector (Botto) y un sargento (Carmelo Gómez), pero la subtrama o contexto es lo que discretamente vierte de espejuelo de la época esa pareja incompatible, quijotesca, pero capaz de convivir y respetarse; un pellizco metafórico de la España que no muestra y que ambos actores bordan con introversión y derrota uno y campechanía y también derrota el otro. Con máximo miramiento al género (y a todo, incluida la individualidad de la memoria), Gerardo Herrero construye un "thriller" ligero pero acompañado de esa salsa espesa que liga lo que se dice con lo que sólo se sugiere.

«Sombras en el tiempo»

POR J. CORTIJO

Ocho años, ocho, ha pasado en lista de espera este filme firmado por el alemán Gallenberger (Oscar al mejor corto y miembro pitagorín de Mensa, ojo) hasta pisar nuestras salas. ¿Mereció la pena tal trajín? Pues sí y no. Porque es curioso encontrarse a estas alturas con el mantillo íntimo de un culebrón romántico y acartonado según marca el canon del género, pero se echa de menos cierta pericia y hasta «desmelene» malabar (aunque no falta el amago de bailoteo made in Bollywood), y de más las pesadas metáforas de amores largamente tejidos desde la infancia, con sus enganchones y oleajes variados. Pues eso, telares, qué lugares. Y los de la India, ni te cuento.

POR J. M. CUÉLLAR

Es preciso, y casi justo y necesario, andarse con mucho ojo con los cómics pasados al movimiento del celuloide. Con mucho ojo. Sucede que ya sea en blanco y negro o en colores brillo, enormemente vistosos y recaramelados, lo que sigue importando es la historia, el ritmo de la narración y el fondo del entramado. «Bunraku» es un derroche visual de colorido, de viveza palpable y de buenos actores, pero se difumina en su propia alma. Comienza, discurre y muere en el «más rápido que tú forastero», en una chulería constante de dos tipos más duros que nadie y más grandes que el primo de Zumosol. El móvil es tan zafio y chabacano como el del plato gélido de la venganza, sentimiento que parece mueve corazones durante años y años, como si el rencor no se apagase en el correr del tiempo. Pero más allá de eso, no hay mucho más. Se intenta vislumbrar entre líneas un resquicio para la libertad de los oprimidos y la caída de la eterna tiranía, que aquí es implacable, sobre todo con un pobre Jordi Moyá, que aquí tiene un papelito nimio, demasiado liviano para su enorme peso como actor. Así que la mayoría del tiempo se nos va en peleas de artes marciales, ganchos descomunales y enemigos que se derrumban como si fuesen papeles ante el imprevisible Josh Hartnett, que ha aparecido por sorpresa en un film de esta índole. El trabajo intenta quedarse cerca de «Sin City», pero solo lo hace en el envoltorio. No tiene la enjundia suficiente para alcanzarle, aunque el intento haya sido honrado y legítimo.

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