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ABC Cultural

Críticas de los estrenos del 25 de noviembre

ABC te desvela las claves de las películas de la cartelera

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«Un método peligroso»

POR OTI RODRÍGUEZ MARCHANTE

El cine de Cronenberg es un compuesto de ácido sulfúrico y absenta, aunque ahora lo vende de otro modo: ha pasado de beberse a morro a reposar en una taza de té. La historia de «Un método peligroso» es hirviente y con varios juegos de triángulos que giran (Carl Jung, Sigmund Freud y Sabina Spielrein; el pulso entre el psicoanálisis, el empuje sexual y la ética profesional...), y se convierte en manos de Cronenberg en fría porcelana, aunque con el ácido y el orujazo dentro. Con sorprendente transparencia y limpieza narrativa, Cronenberg perfila el camino que va desde la admiración al desprecio entre Jung y Freud de un modo paralelo al camino del deseo a la obsesión entre Jung y Spielrein. Una magnífica y estilosa recreación de la época y su paisanaje envuelve y enfría ese histórico y tórrido cruce de relaciones, como si lo atravesara un hilo gélido. Y esa contención en Cronenberg es algo impecable y decepcionante, como enderezar la Torre de Pisa.

«Premonición»

POR O. R. MARCHANTE

Un cuchillo en la mano de John Malkovich no es nunca un utensilio para cortar un filete o para untar mantequilla (no, al menos, dentro de un ritual gastronómico), y por eso cualquier personaje que interprete tiene más esquinas que el Gugennheim. En esta historia aparece como un doctor fáustico que ve «muertos, o casi, como el niño de «El sexto sentido», y le inocula a un argumento que parecía trufado de dramas psicológicos una dimensión sobrenatural que le obliga al protagonista, Romain Duris, a tener gesto de que le aprieta el zapato durante toda la película. «Premonición» arranca en el pasado y con una escena de impacto que te hace crujir los empastes; luego, su director, Gilles Bourdos, riza el argumento en un aura de intriga, desconcierto y espiritualidad entre los fondos fríos de la cristalería de los edificios neoyorquinos y los colores cálidos y familiares del protagonista. Ideas como la del canto del cisne o la muerte como un barco que se aleja en el horizonte contribuyen a pretender una profundidad y una seriedad que la cara de bribón de Malkovich torpedea sin esfuerzo.

«El gato con botas»

POR JAVIER CORTIJO

Bien poco que rascar tendría, reciclándose en el Hollywood actual, alguno de esos manipuladores de libros (operarios que manosean y hasta masajean los tomos para que parezca que sus pillines usuarios los han releído y repensado) de los que hablaba ese Cunqueiro irlandés que atendía, entre otros nombres, por Myles na gCopaleen. No hace falta tal fingimiento, pues cualquier producto mínimamente chispeante (sobre todo en el género de animación) ya está expuesto de fábrica a todo tipo de exploraciones y erosiones hasta dejar la fórmula original seca cual mojama. Especialmente flagrante ha sido esta perversa maquinaria en la saga «Shrek», aquel prodigio que plantó cara al naciente imperio Pixar y que, a fuerza de secuelas a cuál más calamitosa, ha acabado siendo una caricatura de sí misma (curiosa endogamia, por cierto). Ahora, como no había más cera por arder, lanzan al tejado a uno de sus característicos de lujo, el Gato con Botas, le plantan un par de lazarillos consabidos (la chica y el torpón) y le pisan el rabo para que no dé tregua al aburrimiento menos exigente durante horita y media. Al menos, los responsables han tenido la decente delicadeza de no repetir el esquema coctelero y metaparódico del ogro verde (pase lo de Mamá Oca, pero nanay las habichuelas mágicas) al poner al minino un cascabel western-road movie con descaro zorruno (inevitable imaginarse al «boquerón» Banderas con antifaz y brincando a lo Fairfanks 3D en la sala de doblaje). Y como la calidad animada, que chufla como un sifón térmico, se les supone a estas alturas del partido (deben tener el software a prueba de bombas, como la casa fetén de los tres cerditos), concluyamos la crónica como la empezábamos, homenajeando al vate céltico en su centenario, al estilo de su «Catecismo del cliché». Verán: ¿De qué laboriosa y melódica manera ha sido pergeñada esta cinta? Puro coser y cantar. ¿Cómo son los padres que acompañarán a sus retoños a verla? Sufridos y solícitos. ¿Qué impresión nos produce un Don Huevo con sombrerete? Grata. ¿Hasta qué fenómeno capilar y anfibio debería DreamWorks esperar a parir su siguiente entrega de la cosa? Hasta que las ranas críen pelo. Ea, pues.

«Si no nosotros, ¿quién?»

POR O.R. MARCHANTE

Al ritmo y traqueteo de una lavadora en el centrifugado, esta historia nos lleva por los años sesenta y setenta de Alemania cogidos de la mano de Gudrun Ensslin, Andreas Baader y Bernward Vesper, tres personajes históricos y que ya resultan un poco cansinos de tanto colársenos por el cine alemán. El complejo alemán, los alegres sesenta, el discurso libertario e izquierdista, la Fracción del Ejército Rojo (RAF), la personalidad y complejidad de estos fulanos que acabaría estallando en esos conflictos "intelectuales" sobre la validez de la lucha armada... Un fondo visual, musical y vital para unos personajes que se descuelgan del interés del espectador a medida que se van enfocando. Pero su mejor cualidad no está en el retrato de un paisaje ya muy visto, sino en que su director, el debutante Andres Veiel, consigue hacer visible entre toda esa morralla ideológica una turbadora historia de sentimientos, pasiones e infidelidades entre ese infumable trío.

«El gato desaparece»

POR JOSÉ MANUEL CUÉLLAR

Una película en la que se dice poco y se cuenta mucho, casi con miradas, con escaso diálogo y mucho entendimiento. En realidad, no es que se hable poco, sino que se hace de forma natural, como si nada pasara, pero se sobreentiende que todo está pasando. El problema es que en ese esperar de la explosión final se va la esperanza y llega la desesperanza, tanto que llega el cansancio esperando que la historia progrese y cuaje en algo más que un suspense que, por momentos, se antoja demasiado ligero. Sin duda que el final, elegante, hasta cómico y decididamente sutil, compensa en gran parte la espera, pero lo cierto es que no pone excesivas alas en un película que no deja de ser menor, aunque esté tratada con mimo y esmero, con una naturalidad que da un cierto tono de frescura muy de agradecer.

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