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«Era un toro, un líder nato, uno de esos hombres a los que sigues adonde sea. Un perfecto soldado, un perfecto suboficial, un señor profesional. Uno de esos militares y personas que tenían don de gente... y ¡eso que sólo medía 1,65 metros! Pero tenía la talla de liderazgo del gigante humano que era».
Así recuerdan fuentes cercanas a su entorno, a primer golpe de palabra y recién conocida la noticia, al sargento primero del Ejército de Tierra Joaquín Moya Espejo, destinado desde hace años al Regimiento de Infantería Garellano 45, con sede en Vitoria.
De 35 años y cordobés «de la cabeza a los pies» —como se suele decir en estos casos—, pero «hecho vitoriano para siempre», como confesó en alguna ocasión, el sargento Moya Espejo se encontraba en Afganistán desde el pasado 27 de septiembre, adonde se dirigió voluntariamente para formar parte del Equipo Operativo de Asesoramiento y Enlace (OMLT) encargado de formar a oficiales del Ejército Nacional Afgano. A finales de marzo finalizaba su misión.
A pesar de que integraba las filas del batallón de acorazados no le importó ir a la misión de la OTAN-ISAF dentro del batallón de ligeros. «Es decir, cambió estar calentito dentro de un carro de combate por pisar el barro, que era lo que realmente le gustaba. No tenía problemas en asimilar cualquier tipo de misión». Máxime si requería una exigencia física, puesto que tras su mirada azul, escondía pura fuerza, tal y como relatan otras fuentes de su entorno.
Era devoto de la cofradía del Descendimiento en Córdoba, ciudad a la que acudía cada Semana Santa para ocupar su puesto como costalero en el paso. Alumno del colegio La Aduana, era también seguidor del carnaval y chirigotero. Su familia residía en el Sector Sur, un barrio modesto de la capital cordobesa.
Contactaba por email y por teléfono habitualmente con amigos y familia, a los que trasladaba su parecer sobre una guerra «compleja, dura, pero que merecía la pena, para mejorar la vida de esas personas y del pueblo afgano». Era el mayor de tres hermanos.
Hablaba constantemente con su hijo de 8 años que reside en Córdoba —fruto de una relación anterior con la que guardaba una buena relación— y con su actual esposa, una sargento vallisoletana del mismo regimiento donde llevaba diez años destinado. Amaba Vitoria como su Córdoba natal. «Era un ejemplo continuo».
Por la misión de Afganistán —en la que España entró en el año 2002 y saldrá progresivamente de 2012 a 2014— han pasado unos 18.000 militares de las Fuerzas Armadas de España. Se trata de una nueva generación de militares que ha cogido con brío el relevo de otra generación curtida en los Balcanes en los años 90 en aquellas primeras misiones españolas en el exterior.
«En los Balcanes comenzó a labrarse una imagen de las Fuerzas Armadas más cercana al ciudadano», destaca una fuente militar a ABC. «Afganistán ha supuesto también nuestro cara a cara con el combate. Aquí nos hemos tenido que defender ante los ataques, mientras que en los Balcanes podías morir por algún francotirador. Aquí nos hemos dado cuenta de que una misión humanitaria no es sólo entregar medicinas. Además, Afganistán ha puesto de relieve la necesidad de invertir en blindados», destaca otra fuente militar que precisa que, «por supuesto, que los militares españoles pueden defenderse de los ataques de fuego enemigo».
Medía 1,65 metros, pero era un toro físicamente. Y sobre todo, el líder innato que todo mando exige. Un sargento propio de una misión en Afganistán. El sargento cordobés Joaquín Moya Espejo.