Cuando Inglaterra se fue a pique
Luis Gorrochategui cuenta en «Contra Armada» el desastre de la Marina británica tras el de la Invencible
Aquel 13 de abril de 1589, encaramado al puente de mando de la «Revenge», fondeada en el puerto de Plymouth, un hombre otea desafiante el océano. Su vista está puesta en el sur, hacia el que está a punto de zarpar. Es uno de los favoritos de Isabel de Inglaterra que le ha nombrado caballero. Es un bravucón y antipapista convencido que se ha ganado la vida en la piratería y el corso, escabechando españoles a mansalva, y llenando sus cofres de oro americano.
La Reina lo ha puesto al frente de la más poderosa flota que hayan visto jamás de los jamases las costas de la para nosotros Pérfida Albión. Se llama Francis Drake y está al mando de la Contra Armada, un pandemónium de navíos que ha de partir hacia España para rematar los barcos de la Armada Invencible en el Cantábrico, y luego conseguir levantar Portugal contra Su Majestad Católica Felipe II y, finalmente y de prepotente remate, hacer pasar a mejor vida a la Flota de Indias en aguas de las Azores.
El exabrupto naval inglés puesto en marcha un año después del naufragio de la Invencible iba a finalizar con colosal descalabro que a punto estuvo de llevarse Inglaterra a pique, y que dejó las aguas del Atlántico convertidas en una gigantesca tumba, un dramático de británicos dormidos para siempre en manos de Neptuno. La historia de ese fracaso, de ese naufragio estratosférico, es la que se narra en «Contra Armada. La mayor catástrofe naval de la historia de Inglaterra» (edición del Ministerio de Defensa), del que es autor Luis Gorrochategui, libro que ayer se presentó en el Cuartel General de la Armada.
Viento en contra
Gorrochategui ha trabajado con el viento en contra. «Ha resultado una labor detectivesca y muy lenta realizada en archivos de España y Portugal. La escasísima bibliografía que trataba la Contra Armada se inspiraba en panfletos ingleses escritos para ocultarla, que han obstaculizado, más que facilitado, la investigación», explica el autor. España estaba malherida en el alma por el desastre de nuestra Gran Armada, pero, como dice Gorrochategui, «el servicio de inteligencia de Felipe II sí que tuvo noticia, pero no lanzó una campaña propagandística, como hicieron los ingleses con nuestro fracaso».
Drake desoyó las órdenes de la Reina, pasó de largo Santander (donde nuestra flota estaba en el dique seco) y puso proa a La Coruña. Pero allí se encontró con el ardor guerrero español que no rindió la plaza. Entre nuestra gente, María Pita, que desjaretó y finiquitó a un alférez inglés en plena muralla. Aquella terrorífica partida de ajedrez que durante 1588 y 1589 jugaron España e Inglaterra sobre el tablero del Atlántico más o menos acabó en tablas, pero pudo no ser así. «El éxito de la Invencible hubiese puesto fin al reinado de Isabel y hubiese vuelto a normalizar el culto católico en Inglaterra. Y la expansión inglesa en Norteamérica podría haberse visto afectada en beneficio de la española». Si el jaque hubiese sido inglés, «el éxito de la Contra Armada hubiese acabado con el poder naval español y hubiese colocado a Portugal y su imperio en la órbita inglesa que hubiese adquirido un enorme territorio y, desde las Azores, hubiese interceptado la flota de Indias y usurpado las rutas oceánicas de España».
No es nuestro fuerte, pero supimos sacar provecho del combate. «La prueba fue la supervivencia y consolidación del imperio. No olvidemos que en 1780, el imperio ocupaba lo que hoy es Hispanoamérica más las cuatro quintas partes del territorio estadounidense», señala el autor.
Fue un año de zozobras, pero en la Mar Océana se seguía barloventeando con pabellón español.
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