La calle Don Carlos Romero de La Viñuela fue ayer epicentro de un terremoto de dolor, incredulidad y lágrimas. El estremecimiento llegó después de que en su número 8 fuera detenido José Bretón, padre de los hermanos Ruth y José, a los que según su testimonio perdió el sábado 8 en el Parque Cruz Conde. El arresto se produjo por indicios de un posible delito de homicidio. La casa en la que fue detenido era la de sus padres, Bartolomé y Antonia, donde vivía desde hace unas semanas, cuando dejó Huelva tras iniciar una convulsa separación de la madre de los pequeños desaparecidos.
Las réplicas de la sacudida eran fácilmente apreciables. Al mediodía, a sólo unos portales de distancia del número 8, tres vecinas se debatían entre el escepticismo, la pena y hasta la esperanza. «A lo mejor, no ha hecho nada», decía una. Otra intentaba buscar una explicación en su conocimiento de Bretón y de sus padres: «Si es verdad, ha perdido la cabeza. Él es calladito, buena persona. Los abuelos y él son gente trabajadora. No sé si le ha dado algo en la cabeza».
La avalancha de información contradictoria también hacía que algunos en plena calle se tiraran por lo tremendista. «Enterrados están ya», voceaba una señora. Mientras otra lo ponía en duda: «¿“El José” por Bretón ha hecho eso?».
En el portal de enfrente de la casa de los abuelos, dos mujeres visiblemente afectadas accedían al portal. Conocen a José Bretón y lo definieron como un «hombre muy bueno». «Dios quiera que no los haya matado», confesaron antes de cerrar la puerta. Pero toda la tensión acumulada entró en erupción cuando los abuelos de Ruth y José volvieron a su casa. Al preguntarle los medios a Bartolomé por cómo se encontraba, hizo un ademán abriendo los brazos y lloró.
Iba delante. Más rezagada estaba su mujer. Con ella se cruzó Aurora, una vieja conocida con un negocio en esta calle desde hace 30 años. Se fundieron en un abrazo deshechas en lágrimas. A Antonia sólo se le escuchó una expresión de dolor: «¡Ay, Aurora!». Y sin quererlo Aurora sintetizó el drama en una pregunta a la abuela: «¿Qué le ha pasado a tu hijo? Por Dios. ¿Qué le ha pasado a tu hijo?».
A Antonia la acompañaba un amigo de toda la vida de la familia. Fue él quien contestó a la pregunta de cómo se encontraba la abuela. «Mal. ¿No lo ves?», respondió a un periodista. Tras dejarles en casa, este mismo amigo de la familia aseguró que «la fe de que vayan a aparecer la tenemos aún. Mientras no haya un culpable, hay esperanza».
Pero también había a quien la detención no le pilló tan de sorpresa. Antonio Sánchez, dueño de la Asociación Cultural Casa Montemayor, donde Bartolomé iba habitualmente, sostenía que «no coincidían nada de las declaraciones» que José Bretón hacía sobre la desaparición de los pequeños. Ayer, por la mañana, explicó, se había cruzado con el abuelo y recordaba que «se ha abrazado a mí y me ha dicho: “Esto es un desastre”». Y confesaba el deseo de cualquiera: «Lo que queríamos era otra cosa. Que los niños hubieran estado vivos. Esto es una barbaridad».
Rafael, otro vecino de la calle que conoce bien a la familia, se situó a la altura de Antonio y desató su incredulidad: «No me entra en la cabeza que José haya podido hacer eso».