Versos desde la trinchera
El libro «Tengo una cita con la muerte» recoge las palabras de un buen número de poetas ingleses muertos en la Gran Guerra
«Y los más jóvenes y hermosos caerán bajo la espada» , vaticinó el profeta. Y ellos lo eran: jóvenes, probablemente los más hermosos. Y fuertes. Gozosos, incluso temerarios, henchidos de ardor guerrero y romanticismo patriótico cruzaron el Canal de La Mancha camino de la gloria en tierra francesa, belga, turca. La palabra honor les llenaba el alma, la palabra valor les encendía el ánimo, la palabra camaradería les hacía sentir el latido de la sangre en las venas como un caballo al galope.
Se encontraron con el rostro más terrible de muerte
Cruzaron el Canal y se encontraron con el rostro más terrible de la muerte : con el fango y las ratas en las trincheras, con las armas de destrucción masiva de la época (gases, tanques, aviones, zeppelines, ametralladoras) que nada tenían que ver con la heroica carga de la Brigada Ligera sesenta años antes. La mayoría eran británicos, aunque también había varios irlandeses y algún canadiense. Fueron ante todo soldados, combatientes en la I Guerra Mundial , pero también fueron poetas y su testimonio queda recogido en «Tengo una cita con la muerte» (Linteo Poesía), edición bilingüe de Borja Aguiló y Ben Clark, que parte de la obra «Up the line to death. The War Poets 1914-1918» (Methuen Publishing Ltd., 1964) una exhaustiva antología de Brian Gardner.
Inglaterra for ever
Les unía el patriotismo y también la desgracia y
el horror
Hombres que según Ben Clark «formaban parte de un conjunto heterogéneo unido por la desgracia y el horror, que compartieron una voz tremenda, honesta, que nace de la necesidad absoluta de canalizar sus experiencias, y conscientes de su compromiso con el poema como obra de arte necesario, por muy adversas que sean las circunstancias».
Si alguien todavía creía en la lírica patriótica, y en la épica de la gloria, pronto iba a perder la fe. El 1 de julio de 1916 los británicos, franceses e irlandeses intentaron romper el frente alemán en lo que se conocería como la batalla del Somme. Veinte mil hombres dejaron su vida sobre aquel pedazo estéril de la Picardía. Allí quedó el poeta Leslie Coulson , de 27 años. Y el poeta William Noel Hodgson , de 23 años. Y el poeta irlandés Thomas Michael Kettle , de 36 años. Y el poeta Alan Seeger, de 28 años, uno de cuyos poemas da título al libro. Y el poeta Edward Wyndham Tennant , de 19 años, cumplidos el mismo día que había empezado la carnicería a orillas del Somme.
Versos sangrantes
Usaron sus versos como herramienta contra la locura
Las riberas del río rebosaron de versos sangrantes. Quién sabe si la batalla nos privó de alguna de las voces poéticas del siglo XX. Como apunta Clark «Wilfred Owen hubiera intentado hacer carrera y hubiera escrito grandes obras–; tenía talento y ambición. Otros, como Edward Thomas, ya estaban embarcados en la construcción de una obra que prometía mucho. Quién sabe qué hubiera sido del jovencísimo escocés C. H. Sorley , que murió con 20 años y era un poeta extraordinario.

En cualquier caso estamos ante un ejemplo excelente de la poesía como herramienta contra la locura, el miedo y, en última instancia, la muerte. Leer estos poemas, en una edición bilingüe, en una terraza de Madrid, es emocionante no sólo por la fuerza de los poetas, sino por lo improbable y difícil que era que llegaran esos poemas hasta nosotros, que llegaran estos testimonios anotados, a veces, con prisa, utilizando un lapicero, que fueran legibles todavía a pesar del fango, la lluvia, la sangre».
Los más jóvenes y hermosos cayeron bajo la espada . No pudieron ver el momento de que estallara la paz. En la trinchera, en los márgenes de una hoja escrita a lápiz que una muchacha del condado de Hampshire no abrirá jamás, quedaron versos que dignifican al hombre.
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