el tragaluz
Radio Patio
De repente, en medio de una crisis económica brutal y global, se colapsan las páginas electrónicas del Senado y del Congreso, y en un país en el que nadie lee por tradición nos hallamos ante el singular espectáculo de todos los españoles descifrando unos cuantos signos gráficos en internet. Obviamente, pese a lo que alguien pudiera pensar, no se trataba de que hubieran sido colgadas las obras completas de Cervantes, ni mucho menos las de Ortega, dispuestas gratuitamente en el ordenador para quien las quisiera gozar. No. Se trataba de algo más prosaico y morboso: cualquier ciudadano podía auscultar la semana pasada los bienes, dineros e hipotecas de sus políticos. No me negarán ustedes que ello era más interesante que leer a Espronceda, y por encima de todos los acontecimientos imaginables, los medios de comunicación iban a dedicar páginas, horas, multitud de imágenes a este evento.
Ya nos advirtió Díaz-Plaja hace unos años que uno de los pecados capitales de los españoles era la envidia, y dentro de ella la imposibilidad de asumir que el vecino de la puerta de enfrente gane más que yo; más aún si se trata de un político, a quienes la cultura hispana concede poco más respeto que a cualquiera de los siete niños de Écija, por otra parte, contradictoriamente admirados delincuentes de los principios del siglo XIX. ¿Qué se me da a mí, como ciudadano, el saber cuántos pisos e hipotecas tiene un diputado o senador? Me importará que su patrimonio haya sido levantado con honradez y causa justificada. Para lo demás, ya confío en mis jueces y fiscales.
Pero, no. Vivimos en un país de cotillas, en el que ha crecido hasta la desmesura la prensa rosa, en cuantía que cada cual puede atestiguar en todo kiosko, en el que casi toda televisión que se precie dedica horas a programas de alcoba, de inusitada audiencia, y en ellos las intimidades más morbosas son presa de ansiosos espectadores que las devoran mientras engullen su cerveza y unas olivas. Soy poco dado a la televisión, pero me confieso seguidor de una serie de hace años, «Aquí no hay quien viva», que dejé de ver cuando esa gran actriz característica que es Loles León la abandonó. De esa serie, guión genial trasunto de la «13, rue del Percebe», de Francisco Ibáñez en «Tío Vivo», me quedo con los personajes de las tres viejas que, aburridas, se dedican a escudriñar las vidas ajenas, bajo el apelativo común de «radio patio». No nos importa lo que pasa, sino a quién le pasa. Estamos dispuestos a morir, siempre que sea dos minutos después de saber del fin ajeno.
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