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ABC Cultural

El fenómeno José Tomás

Llegó el acontecimiento más esperado: el regreso de un torero con una tauromaquia singular

El fenómeno José Tomás abc

ANDRÉS AMORÓS

Distinguía el maestro Marcial Lalanda tres clases de diestros, según predominara en ellos el dominio, el valor o la estética. Y, al margen de los tres, señalaba uno especial: los fenómenos, que arrebatan con gran pasión al público.

Fenómenos, en este sentido, fueron Juan Belmonte (y no Joselito); Manolete (y no Pepe Luis Vázquez); El Cordobés (y no Paco Camino); Paco Ojeda (y no José María Manzanares)... A este grupo escogido de revolucionarios del toreo pertenece hoy José Tomás (y no Enrique Ponce, pese a su historial).

La corrida de este sábado en Valencia, en la que va a reaparecer, reúne las características de algo muy peculiar de nuestros días: un espectáculo de primera categoría se convierte en un acontecimiento. ¿En qué se advierte esto? Los norteamericanos hablan de un «must»: algo de asistencia obligatoria, a lo que no se puede fallar, si no se quiere perder crédito como aficionado, en ese terreno. En el fútbol, por ejemplo, ¿cuántas veces no hemos oído hablar, en una sola temporada, del «partido del siglo»? Lo he leído ya: «El que no esté en la Plaza de Valencia no es nada en los toros...» ¿Quién no querrá formar parte de este selecto grupo de elegidos? Como la corrida no será televisada, los que encontremos localidad nos consideraremos ya unos privilegiados... A alguno puede moverle, tanto o más que «estar», el poder presumir luego de que «ha estado».

José Tomás es un gran torero, sin duda. Recuerdo el fervor de El Choni, su primer apasionado. Además, posee lo que Bergamín llamaba «percha literaria». Sus admiradores vuelcan sobre él tales exageraciones que ayudan a crear su mito, aunque produzcan algo de rubor: leemos que es el mejor torero de toda la historia; el mesías redivivo que viene a salvar a la Tauromaquia amenazada; el ser humano que une los ideales aristotélicos del héroe, pues reúne «kalós» y «agazós». Bueno...

Nadie discute que José Tomás es un gran torero, dotado, desde el comienzo de su carrera, de grandes cualidades. Sobre ellas, un habilísimo uso de los medios de comunicación ha contribuido a forjar un mito: no concede entrevistas, no se ven sus faenas en televisión, se mantiene en un ámbito de misterio... En su última etapa, ha optado por una tauromaquia muy personal, basada en el estatismo a toda costa, la quietud, la cercanía al toro, la verticalidad. La influencia de Manolete me parece evidente y dudo que sea la mejor, para el perfeccionamiento de su arte.

Por eso, los rasgos llamativos de esa tauromaquia de José Tomás no son los pases fundamentales (la verónica, el natural), que él, por supuesto, es capaz de dar con notable perfección, sino aquellos otros que, por su quietud escultórica, provocan el rugido popular.

Con el capote, por ejemplo, la gaonera o lance de frente por detrás. No la inicia a la manera clásica, con un primer lance (muchas veces, afarolado), para echarse luego el capote a la espalda. José Tomás lo coloca por detrás antes de que el toro embista. Tampoco le preocupa cargar la suerte, en su remate. Lo esencial, en su versión, es aguantar, con total impavidez, que pase el toro lo más cerca posible, aunque el riesgo de que tropiece el capote o el cuerpo del diestro sea grande. Algo parecido sucede con sus ayudados por alto, auténticos estatuarios, con los pies juntos, sin moverse un milímetro, mientras pasa el toro. O con las manoletinas finales (o bernadinas, exponiendo todavía más el cuerpo), en las que los pitones pasan rozando la cabeza del diestro. Los tres ejemplos exigen un valor estoico, fuera de lo común. Los tres están cerca de la estética de Manolete, con su trágica resonancia, y levantan clamores en el público.

Estoy seguro de que hoy, en Valencia, dominará la conciencia colectiva de vivir un acontecimiento extraordinario y volverá a suscitar pasiones el fenómeno José Tomás.

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