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No fue un ladrillo

Lo que muchos no entendieron fue que la demonización desaforada de la burbuja inmobiliaria por parte del jefe del Ejecutivo llegara acompañada por su promesa de ayudar a pagar las hipotecas

BLANCA TORQUEMADA

Esta vez la sesión no fue un ladrillo, a pesar de que el ladrillo, considerado por José Luis Rodríguez Zapatero como esa dovela o clave ajena a él por culpa de la cual se ha venido abajo el delicado equilibrio del estado de la nación, marcó el discurso de emotividades y responsabilidades diferidas enarbolado por el presidente del Gobierno ante los diputados, un buen puñado de senadores, varios presidentes autonómicos (Aguirre, Cospedal), un aspirante (Monago) y su propia familia, representada por su padre, su hermano y su esposa Sonsoles. Hubo en el jefe del Ejecutivo denodada voluntad de sobreponerse a su condición de prejubilado y de dar la talla frente a un Mariano Rajoy que mantuvo el tono y el temple, sin pasos en falso. Lo que muchos no entendieron fue que la demonización desaforada de la burbuja inmobiliaria por parte del jefe del Ejecutivo llegara acompañada por su promesa de ayudar a pagar las hipotecas. Incongruente legado. Pero el debate fue mucho más allá de ese conejo recién sacado de la chistera, porque es la reválida que da la razón a Sagasta: «Los Gobiernos deben ser juzgados no por pequeños detalles, sino por sus tendencias generales». Y como las cifras del paro no son una incidencia menor, el líder del PP tuvo razón al comentar que del calamitoso estado de la nación estamos hablando todos los días.

«Yo acuso» poco fundado

El toreo de salón en la tribuna, con un zapateril «Yo acuso» a lo Zola más vehemente que fundado, es el único recurso que queda entre los socialistas para hacer más llevadero el clamor conducente a un cambio de ciclo, cuando han pasado siete años desde la primera investidura de Zapatero. Ya nadie recuerda que por entonces Vargas Llosa le llamaba «el Blair español» y aún colaba lo de la «nueva vía». Con Alfredo reducido a «clac» en el banco azul, Zapatero gastó pretendida elegancia hasta que se le vio la patita del futuro argumentario del dóberman bicéfalo: las alusiones a Bankia no fueron inocentes. Que se preparen en Génova si Rodrigo Rato pierde lustre en esa operación, porque entonces Ferraz dirá que la España del PP sólo creció por el ladrillo.

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