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Rico, poderoso y hombre

La experiencia dicta aquello de que la mejor explicación es siempre la más sencilla. Y ocurre en el caso Strauss-Kahn

Día 14/06/2011

CUALQUIERA habría apostado hasta hace poco tiempo que los tres rasgos que dan título a este artículo, rico, poderoso, hombre, constituyen ventajas más que desventajas a la hora de encarar un proceso judicial. Y, sin embargo, esos mismos rasgos parecen haber condenado de antemano a un acusado, Dominique Strauss-Kahn, sin que a nadie o a casi nadie interesen demasiado las extrañas circunstancias que rodean la acusación. Lo que convierte su caso en un buen exponente de algunos excesos populistas de la corrección política y del anti-elitismo exacerbado por la crisis.

Alan Dershowitz, prestigioso abogado norteamericano y profesor de Harvard, lo da casi por condenado en el semanario LŽExpress. Porque, argumenta, los miembros del jurado tenderán a identificarse con la inmigrante pobre antes que con un miembro de la élite político-financiera que, además, después del crash de 2008, tiene una imagen espantosa, a lo que se añade, para colmo, el hecho de que sea francés.

Pero esas circunstancias vitales de Strauss-Kahn, que tan negativas podrían ser para el jurado, han anulado igualmente la propia capacidad crítica de los medios de comunicación. Un medio riguroso como el propio LŽExpress da casi por supuesta su culpabilidad; «unos minutos de locura furiosa en un hotel neoyorkino», ha escrito Christophe Barbier, su director. Pero ocurre que, tras una lectura atenta de todos los artículos de análisis publicados por éste y otros medios, no hay manera de eliminar la teoría del montaje o de la conspiración, por mucha voluntad de descartarla que le haya puesto uno, como ha sido mi propio caso.

Muy en especial por la sustancia misma de la acusación, lo de las dos felaciones, señaladas también por LŽExpress, sin que este medio ni otros se pregunten por la obviedad de cómo es posible tal cosa sin una pistola o un cuchillo de por medio y un escenario de batalla en la habitación. A lo que se le añade la construcción de una reputación de supuesta peligrosidad sexual de Strauss-Kahn por parte de los mismos medios sobre la base exclusiva de la acusación de una persona en un programa de televisión que nunca se sustanció en un tribunal.

La experiencia dicta aquello de que la mejor explicación es siempre la más sencilla. Y ocurre en el caso Strauss-Kahn que, con los datos conocidos hasta ahora, y entre la insólita historia de las dos felaciones a la fuerza y las significativas fechas en que se produjo, justo unos días antes de hacer pública su intención de competir por las Presidenciales, parece más sencilla la segunda explicación. Pero Strauss-Kahn es rico, poderoso y hombre y no parece políticamente correcto sostenerlo.

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