El campo de Buchenwald era su patria
Ex prisionero, ex comunista, exiliado, escritor, ex ministro, europeo... muchas «E's» nombran a Jorge Semprún y la de «español» no era la menor como decía

Ex prisionero, ex comunista, exiliado, escritor, ex ministro, europeo... muchas "E's" nombran a Jorge Semprún; y la de "español" no era la menor como él añadía, si bien que lo dijera a veces en francés, y a veces en alemán.
Tampoco la de "estadounidense", como recalcaba hace un año -en este también era un raro ser de izquierdas- cuando quiso volver al campo de concentración de Buchenwald -"mi último viaje"- y agradeció al soldado Charles Thomas Payne, de la 317 de Infantería, 80 división, Kansas, que a sus 20 años se embarcase para venir "a salvar Europa... Vosotros, americanos, nuestros queridos aliados".
Es la idea de "supranacionalidad" que Semprún aprendió de Edmund Husserl: "percibo una Europa..." de tradición, pensamiento e historia cultural trasatlántica, decía recordando al pensador judío, huído, extraño, en tierra ajena, capaz de seguir pensando e influir; incluso a un Heidegger de cuestionados coqueteos, capaz de "El ser y el tiempo" pero también de borrar la dedicatoria a su maestro hebreo.
De nuevo, lo mejor y lo peor de la mano: De la niñera alemana, que abrió al niño Semprún a la lengua que amó, al campo de concentración que casi lo mató y donde en el mismo idioma oía blasfemar ejecuciones. De la gran cultura alemana que tanto lo marcó, recordaba siempre a los malditos y exiliados: Freud, Einstein, Kafka, Canetti, "el incalculable elemento judío" que generaciones después Semprún seguía echando de menos: "Su aniquilación nos persigue".
Helaba el pasado abril de 2010, en la infame esplanada de Buchenwald, como 65 años antes cuando entraron las primeras tropas aliadas, y Semprún vino a decir que era su última visita. Algo dentro se lo aconsejaba, pero también le llamaba a dejar nota, una vez más, de que recordaba, y de que temía, y alertaba y se irritaba: Él había visto la quiebra de la civilización y ese dolor le hizo el hombre que fue.
"Y siempre, en todos sus ensayos e historias, regresaba al campo de concentración". Michi Strausfeld, su gran amiga e introductora alemana, está al teléfono para digerir la triste nueva: "Buchenwald fue su auténtica patria". A la edad en que hoy se duda entre el plan de sábado y la carrera a estudiar, Semprún maduró su juventud entre cadáveres, hambre y decisiones dramáticas, entre "la barbarie y la camaradería" que lo marcarían de por vida.
La cuna de las letras
"La historia empieza cuando acaba la memoria", decía Semprún a este diario, y el recuerdo de la gran tragedia europea del siglo XX va tocando peligrosamente a su fin. Con su señorío de las lenguas, Semprún hablaba de "la remembranza". En el frío comienzo de la primavera pasada, Semprún volvía a arrojar al rostro de Europa, de la civilización occidental, la terrible dicotomía Weimar-Buchenwald: la sublime cuna de las letras y la abominable tumba de la humanidad, "Europa contra Europa", los extremos que no sólo no se repelen sino que han encajado en demasiadas ocasiones como perturbó a Adorno y a Hannah Arendt.
Había visto la quiebra de la civilización y ese dolor le hizo el hombre que fue
En la estela de Arendt, de Orwell, de Benjamin, "de Primo Levi y de Kertész", añade Strausfeld, "pero Jorge aún tiene su mundo cinematográfico, y la política activa, creo que su trayectoria es única e inclasificable". La Weimar de Goethe y Schiller y el Bauhaus, renacida ya de las cenizas, lo condecoró hace unos años con la medalla de la ciudad.
El pleno del parlamento alemán lo escuchó y aplaudió, en una ceremonia única bajo la cúpula del Reichstag, "en uno de los más bellos discursos que he traducido nunca", dice su amiga, que los ha publicado conjuntamente en Tusquets. Duramente enseñado por "los dos grandes totalitarismos", Semprún no hacía componendas: ahora podemos "empezar a ver lo que significa Europa -decía- algo construido precisamente contra el fascismo y contra el estalinismo". Había visto cómo el Ejército Rojo había reconvertido, en sólo tres meses, el campo nazi en uno de purgas soviéticas...
Precisamente porque sabía todo y no guardaba rencor, no quería distinguir entre Berlín y Praga y Viena y Varsovia y Budapest, Jerusalén o Nueva York: Porque un estudiante checo oyó hablar a Husserl de Europa, en los años 30, Jan Patocka iba a morir en una carcel comunista, 40 años después, apenas tras firmar la Carta 77... "Y la policía cerró ese día las floristerías", preventivamente. "Eso es la Europa, que ha sido mi vida", decía; sin rencor, pero con preocupación.
Noticias relacionadas
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete