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ABC Cultural

Sacerdote de la palabra

Análisis

LUIS ALBERTO

DE CUENCA

Estoy muy conmovido por la concesión del Premio Príncipe de Asturias de las Letras a Leonard Cohen (Montréal, 1934), y lo estoy porque siempre he pensado que, por encima de todo, el autor de canciones como «Suzanne», «Take this Walt» (una adaptación de «Pequeño vals vienés», de Federico García Lorca) o «Hallelujah» es, más allá de su voz inconfundible, tan grave cuanto melancólica, y de sus portentosas dotes musicales, un altísimo poeta. Sí, ya sé que escribió, cuando andaba por la treintena y residiendo en una isla del Egeo, dos novelas estupendas como «The Favourite Game» y «Beautiful Losers», publicadas en español por Fundamentos, pero su innegable maestría como narrador palidece ante su apabullante conexión con la poesía, el territorio que le es más propio y en el que ha brillado desde «Let Us Compare Mythologies» (1956) con una luz especialísima.

Como cohen o kohen significa en hebreo 'sacerdote', o sea, descendiente de Aarón, el hermano de Moisés que inventó el sacerdocio en tiempos bíblicos, y como el arte de la poesía, tan íntimamente ligado al de la música, hunde sus raíces en el árbol de los mitos, como la religión, resulta acertadísimo que le hayan dado a un Cohen el Príncipe de Asturias de las Letras, pues es un auténtico arcipreste de la poesía anglocanadiense y, a partir de ahí, de la poesía universal. Primero le tocó a Manhattan en el caballeresco itinerario de conquistas de Leonard Cohen. Luego vino Berlín. Ahora, Oviedo. A este paso, el poeta judío de Montréal de ascendencia lituana va a acabar compartiendo estatua, junto a Alejandro Magno, Gengis Kan y Hernán Cortés, en la logia mayor de los conquistadores. Desde su pedestal, el conquistador Leonard Cohen nos susurra al oído algunas de las canciones más hermosas que se han compuesto en los últimos cincuenta años. Nos ofrece un estilo inimitable, y una elegancia sin parangón, nos regala un esplín sin fronteras que nos sumerge en esa atmósfera de ensueño con ribetes de pesadilla que es, casi siempre, la existencia humana y que él recrea, a golpe de voz y de palabra, como nadie.

LUIS ALBERTO DE CUENCA ES ESCRITOR Y ACADÉMICO

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