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Análisis

Una decisión arriesgada

El ejemplo alemán animará los antinucleares ante la supuesta evidencia de que es posible mantener la actividad económica sin centrales nucleares

FLORENTINO PORTERO

Un país tiene la energía que puede no la que quiere. Por esta sencilla razón la mayoría conservadora-liberal que sustenta el actual gobierno alemán había decidido dejar a un lado la política antinuclear defendida por social-demócratas y verdes y apostar decididamente por la opción más barata y segura: la energía nuclear. Sin embargo, la reciente crisis japonesa ha reforzado los prejuicios antinucleares alemanes, echando por tierra los planes de la mayoría parlamentaria. El gobierno presidido por Angela Merkel ha renunciado a dar una batalla que considera perdida y se ha sumado a la corriente popular. Las siete centrales a las que se había prolongado la vida quedarán definitivamente clausuradas. Las restantes verán finalizada su actividad durante el 2021.

Alemania es una potencia industrial de primer orden que requiere de un suministro energético importante ¿Cómo se puede reemplazar el aporte energético de las diecisiete centrales que se van a cerrar desde ahora hasta el 2022 en un tiempo en el que la tendencia apunta hacia el aumento de la demanda? La generación de energías altamente eficientes que se supone van a sustituir a la fisión nuclear —el hidrógeno o la fusión nuclear— son, hoy por hoy, ciencia-ficción. La canciller Merkel ha anunciado un plan revolucionario de ahorro del consumo eléctrico. Vamos a ver si es factible y asumible por las familias y empresas. Se va a fomentar el desarrollo de energías alternativas, pero sabemos que requieren de una fuerte inversión y que su capacidad de generación energética no es comparable a la de las centrales nucleares. Por último, el uso de hidrocarburos contamina, agravando el problema de los gases de efecto invernadero, y provoca dependencia del exterior.

En el plano económico Alemania puede encaminarse a un alza del precio de la energía que dañará su capacidad exportadora, el fundamento de su bienestar social. Los altos costes de producción actuales le obligan a competir en el segmento de los productos de alta calidad, lo que resulta posible gracias a su excelente ingeniería y a la demanda internacional de estos productos. Pero todo tiene un límite. Incrementar costes puede no ser la mejor opción.

El ejemplo alemán animará los movimientos antinucleares en toda Europa, ante la supuesta evidencia, con la garantía Made in Germany, de que es posible mantener la actividad económica sin centrales nucleares. En plena crisis, cuando de lo que se trata es de reducir tanto el gasto como la dependencia exterior, puede darse el caso de que optemos por la medida más irracional, dañando gravemente tanto nuestra capacidad competitiva como la propia recuperación económica.

En el plano internacional la sed de energía reforzará los lazos con Rusia, dispuesta a saciar con su gas las necesidades alemanas y, de paso, condicionar su política exterior. Un proceso que viene de atrás y que empuja a sus vecinos orientales a reforzar sus vínculos —el Grupo de Vinogrado— y establecer un puente directo con Estados Unidos de espaldas a la Alianza Atlántica y a la Unión Europea. Temen, con toda la razón, las consecuencias de un entendimiento germano-ruso y buscan amparo en el bloque anglosajón.

FLORENTINO PORTERO ES PROFESOR DE Hª CONTEMPORÁNEA DE LA UNED

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