¡Que vienen los rusos!
Las nuevas voces de la literatura rusa aterrizan en la Feria del Libro de Madrid sin ánimo de agitar conciencias

Hubo un tiempo en el que en la Unión Soviética se decía (y casi se exigía) que la pluma del escritor fuera como el fusil. Esos tiempos y toda la Historia que arrastraban en sus hombros parecen haber pasado a mejor vida para la prosa rusa de nueva generación, encarnada en el premio Debut (otorgado anualmente en Rusia al mejor escritor menor de 25 años) y que estos días visita fugazmente la Feria del Libro de Madrid. Tres de estos jóvenes escritores rusos (Alekséi Lukiánov, Ígor Savéliev y Gula Jiráchev) han ejercido de improvisados portavoces en España de lo que denominan, sin miedo al difícil lugar en el que les dejarán las odiosas comparaciones, realismo mágico ruso. Su aparente discurso vital raya la pulcritud y su corrección chirría en los oídos de cualquiera que se haya mantenido atento a los principales acontecimientos del siglo XX. Sin poner en duda el talento literario que desprende cada página de «El segundo círculo», recopilación de relatos de los más brillantes miembros de esta «generación Debut» publicada por La otra orilla, está claro que su intención está lejos de querer convertirse en una versión actualizada de la Unión de Escritores. No obstante, acudieron a Madrid bajo la atenta mirada de Olga Slávnikova, directora del galardón y encargada de puntualizar cada una de sus opiniones. Pero puestos a puntualizar, convendría añadir que el premio Debut fue instituido en 2000 por la Fundación Internacional Pokolenie, de Andréi Skoch, pedagogo... y diputado de la Duma.
Ring ideológico
Poderes fácticos aparte, son ellos los primeros en querer alejarse del ring ideológico. Según Gula, seudónimo masculino de la escritora de origen caucásico Alisa Ganíeva, su prosa «rechaza cualquier autoridad porque termina generando una soledad poco deseada. La autoridad no lee y, por tanto, no va a escucharnos a través de la literatura», se justifica quien considera que en Rusia el movimiento 15-M «solo sería posible en los libros, nunca en la vida real».
Su tímida voz parece la más reaccionaria al escuchar a sus compañeros. Mientras Ígor se muestra convencido de que su literatura «no puede influir en la percepción de la sociedad», Alekséi considera que «la literatura puede reflejar lo que sucede, pero no inducir a nada, sobre todo en el campo político». Y es que su objetivo es «escribir, ser el dolor, no el medicamento. No existimos en la nada. Construimos nuestro mundo sobre los hombros de nuestros antepasados, pero mi meta como escritor es construir algo propio e ir más allá», puntualiza el joven autor.
En ese punto de la conversación Olga no puede ocultar su orgullo de madrina literaria y apostilla con intención: «Si el escritor se dedica a la política, no se dedica a la literatura». Una postura que Ígor se anima a matizar al mencionar el «nuevo resplandor» que la literatura clásica rusa ha obtenido en los últimos 20 años: «Hemos construido un puente entre la literatura clásica y la actual recuperando los puntos perdidos por culpa del régimen soviético. Hemos aprendido a sobrevivir con una sonrisa, no con tristeza». Y al escucharle Pushkin respira aliviado en su tumba.
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