LA señora Chacón, en horas veinticuatro, ha pasado de las musas al museo. Del flamante teatro del poder (teatro de operaciones, por-su-puesto) al sombrío retablo de las marionetas. «Sic transit gloria mundi». En los tiempos que corren hay que saber latín y estar a la que salta, pues, aunque la redundancia ofenda, en los tiempos que corren el que no corre, repta.
Cuando el «crack» del 29, los cielos neoyorkinos fueron autopista para bróker en salto del ángel. ¡Ilusoria epopeya de la derrota! Aquí, no hay político que se suicide ni borracho. Suicida a su colega. Sobre todo, si éste intenta levantarle la merienda. Y los ángeles que surcan el vacío camino del asfalto no cayeron, fueron sólo empujados por su vecino. Y el menos dado a sentimentalismos de ellos se llama Rubalcaba, y la más pardilla de resultó ser la ministra pacifista de la guerra.
El mismo personaje que, apenas anteayer, era la gran esperanza rubia del socialismo posmoderno, una Juana de Arco de la era de Internet, un conjuro beatífico contra la derecha extrema, ahora es una Juana la Loca desteñida que deambula por el páramo a rebufo de un féretro. Y que habla el aturdido lenguaje pretérito de quien lo ha perdido todo: «yo quería…», «yo quería…» O sea, nada, porque quien sólo quiere y no da batalla, tampoco puede decirse que haya querido tanto. No lo bastante, en todo caso, para jugarse el tipo. No lo bastante, más allá de un retórica huera, en la cual la que a sí misma se proclamara «la niña de Felipe» cifra —no del todo sin razón— la única herencia política de su segundo padre y protector, Rodríguez Zapatero. Al final, puede que haya acabado por creerse en serio que, si era posible que alguien como ella llegara a ministro del ejército, por qué no a presidente. Después de Zapatero, tampoco es tan disparatado.
Estamos ante una versión inversa de Clausewitz: la política es una ampliación del campo de batalla, la prolongación de la guerra a través de otros medios. A través de los medios, sobre todo. Y, en los medios, los deudos de Chacón que pastorean la secta, parecen condenados a pegarse un monumental costalazo en beneficio de aquellos viejos coleguis de Felipe González a los cuales creyeron haber desplazado. Son los que más pierden con la definitiva borradura de Chacón.
Y ya, por no tener, Chacón no tiene ni presente. Su futuro, hoy truncado, se conjuga en ese pretérito imperfecto: imperfectísimo. Quería en lugar de quiero: «quería encabezar un proyecto…», repite con la deprimida solemnidad de una salmodia. ¿De qué iba ese proyecto que «quería» la señor a Chacón? De naderías. Espejo de las naderías con las cuales trajo su venerado Zapatero el desastre. Sigue «creyendo en eso», remata. Pero la rematada es ella. Camino del duro suelo. Y, en la ventana, Rubalcaba.
Un paso adelante y dos atrás: como bailar la yenka estilo Lenin. Rubalcaba: incapaz de poner orden en la Puerta del Sol pero inflexible a la hora de dar puerta al oponente. A fin y al cabo, sabe que el paradigma de la indignación es aquel exabrupto con el que «monsieur» Céline justificaba sus arranques de indignado perpetuo: «Todo el mundo es culpable, menos yo». O sea, que Chacón no es inocente. Cúmplase la sentencia.