«El árbol de la vida», la esperada cinta de Malick, se lleva la Palma de Oro en Cannes
Kirsten Dunst, mejor actriz por su papel en «Melancholia» de Lars Von Trier. Jean Dujardin, mejor actor por «The Artist». Almodóvar se alza con el premio de la Juventud

Ser presidente de un jurado en el Festival de Cannes es más temerario aún que ser presidente de tu escalera de vecinos, y se necesitan unas agallas como un paraguas abierto para no dejarse amilanar por el peso de este gigantesco y poderoso festival, sus intereses, sus filias y sus fobias. Robert De Niro, el presidente de este año, es un tipo de una pieza (nunca le sentó mal un bate de béisbol en las manos) y habrá tenido que esculpir en su propio mármol tamaña decisión: le ha dado la Palma de Oro a la favorita aún antes de empezar el festival, a «El árbol de la vida», de Terrence Malick.
La desmesurada y exorbitante obra del genio Malick, que trata con énfasis nunca visto la confusión del Universo y de la más diminuta de sus células, y que consigue vincular los sentimientos volcánicos de los orígenes del mundo con las emociones fogosas e imprevistas de un niño, una familia, una especie, se merece esta Palma de Oro a pesar de su diáspora, digresión y circunloquio, a pesar de su preámbulo hipnótico y desconcertante, y a pesar de su prédica filosófica y tonillo panteísta. Son dos horas y media de algo tan desequilibrado como emocionante, y que transmite el peso y el poso de siglos a través de corrientes alternas en la educación, el amor o la muerte, tratada aquí de modo reconfortante y discutible. No es fácil sustraerse de la grandeza de sentimientos y de la espectacularidad de «El árbol de la vida».
Los hermanos Dardenne y el turco Nuri Bilge Ceylan compartieron el gran Premio del Jurado con dos películas que nada tenían en común entre ellas. «Le gamin au veló» es una obra, digamos, a pelo, mientras que «Érase una vez en Anatolia» es completamente a contrapelo. Es fácil entrar en esa historia de rebeldía entrañable de un niño rechazado por su padre que explican con dureza y ternura los Dardenne, y es prácticamente imposible habitar por dentro esa pesquisa turca, minuciosamente lenta, a la busca de un cadáver y de una historia que enturbia (y embellece mientras enturbia) Bilge Ceylan.
Pero el gran aplauso de la noche y el Palmarés se lo llevó el actor Jean Dujardin, protagonista de esa película muda y especial titulada «The artist», tan sorprendente y mágica que da la impresión de que tal vez mereciera un premio mayor. Su director, Michel Hazanavicius, consigue con vitalismo y sentido del humor que el blanco y negro se llene de colores y que la mudez se oiga por todas partes; y probablemente el mejor momento de este festival sea ese tan sencillo en el que un vaso golpea en la mesa, un instante de cine que vale el precio de una entrada.
El arrojo de Robert De Niro
Y de nuevo, apareció el arrojo de un tipo como De Niro, que habiendo premiado, con un par, a la favorita, se tira al precipicio de darle un merecidísimo premio a Kirsten Dunst, por su magistral modo de esperar el choque del planeta «Melancholia» contra la frágil y diminuta Tierra. El apestado Lars von Trier ha recibido lo que se merecía del Festival, el desprecio por su inconsciente rajada sobre Hitler, pero su película magnética también lo ha recibido: al menos ese premio a la interpretación por un personaje, el que interpreta Kirsten Dunst, que el loco Trier había escrito para Penélope Cruz.
Y en el último tramo del Festival entró una película con mucha fuerza y personalidad, «Drive», de Nicolas Winding Refn, que ha sido finalmente premiado como mejor director, probablemente porque construye un «thriller» novísimo con materiales que no lo son, y crea personajes y situaciones que mezclan muy bien lo previsto con lo insólito… Sólo en el arranque, en una escena mil veces vista en la que un coche huye de la policía después de un atraco, el director se las apaña para que su protagonista, Ryan Gosling, dé una lección de profesionalidad, de que no es lo mismo aparentar que ser… En fin, lo que en cualquier trabajo y género.
Lamentablemente, se ha quedado sin un merecido premio Aki Kaurismaki, que había taladrado corazones y almas con «Le Havre», una de esas películas que uno se alegra de ver y se complace y empapa de haberla visto; es un cine sencillo y optimista que te atraviesa pero que te deja algo diminuto e importante dentro. Su premio, el del Jurado, se lo dieron a la anodina «Polisse», lo cual, a buen seguro, no le impedirá al sobrio director finlandés celebrarlo con un par de copas de algo.
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