LA llamada «revolución sexual» nos libró del tabú de que todo el sexo es malo. Así que nos lanzamos alegremente a él bajo la máxima de Woody Allen «es lo más divertido sin necesidad siquiera de reír». Pero eso no significa que todo el sexo sea bueno. Para que sea bueno, o al menos regular, tiene que ser consentido. Si no lo es, se trata de una agresión, de una tortura, a la que se añade, como ocurre la mayoría de las veces, el uso de la fuerza. O sea, un crimen. Y menos mal que hemos llegado finalmente a ello, pues una tradición secular venía considerando que en la agresión sexual había un grado de culpabilidad de la mujer, instigadora de los instintos del hombre, que en el caso de tratarse de «grandes hombres» era perfectamente disculpable. El propio Ortega llegó a defenderlo en su ensayo sobre Mirabeau, alegando que «no pueden exigirse las pequeñas virtudes de monsieur Dupon a un gigante como él, que diseñaba proyectos nacionales». Claro que Mirabeau no forzaba a sus víctimas. Éstas se le rendían, como se le rindió la esposa del director de la cárcel donde estaba.
En cualquier caso, esta discriminación ha desa-parecido, al menos en occidente y en las leyes, aunque algunas mujeres deben pagarlo con la vida, al matarlas el macho que se niega a que no sea suya. Todas las causas nobles exigen mártires.
Me estoy refiriendo, naturalmente, a la detención de director del FMI Dominique Strauss-Kahn por alegado asalto a una camarera del hotel donde se hospedaba, cuyos detalles encontrarán ustedes en otras páginas de este periódico. Se me advertirá que la presunción de inocencia es otro de los avances de la justicia. Pero cuando la justicia y la policía neoyorkinas han actuado de forma tan drástica, es que tienen pruebas claras de delito. Más, cuando existen antecedentes. Su «affaire» con una subordinada en 2008 se saldó con la salida de ésta del FMI y una regañina al director por «haber mostrado pobre juicio». Si entonces el Fondo le hubiera despedido, ya que estos comportamientos se repiten, se hubiera y le hubiera ahorrado la penosa situación en que hoy se encuentran.
Monsieur Strauss-Kahn es lo que llaman un «socialista de Porsche». Podía añadirse, «de caviar», que devora, y «de suite», la que ocupaba en Nueva York costaba 3.000 dólares diarios. Por no hablar de los negocios turbios en los que se vio envuelto cuando ocupaba la cartera de Economía en el gobierno Jospin. Tal vez piensen que la «superioridad moral de la izquierda» les libera de tales engorros. En Europa, puede. En Estados Unidos, no. Sus amigos se lo advirtieron al irse a Washington. No les hizo caso y hoy, en vez de ir camino de la presidencia francesa, se encuentra en una celda neoyorkina buscando con su abogado la forma de salir de ella. No le deseamos suerte porque no se la merece.