TODO apunta que esta campaña electoral va a ser tediosa, achicharrante, reiterativa, con los candidatos hablando de sus rivales, no de ellos mismos, como deberían —«¡El PP es la derecha de la derecha!», «¡Zapatero, convoca elecciones!»—, es decir, una campaña completamente ociosa. Lo único bueno: que será corta.
Es por lo que, más que de los mítines, prefiero plantearme la pregunta de qué nos ha llevado a esta situación, con la economía en ruinas, el Estado en almoneda y los políticos empezando a ser considerados un peligro público. Un deterioro tan grande y profundo no puede haberse producido en sólo los últimos años, tiene que tener un recorrido más largo, aunque indudablemente la «era Zapatero» lo ha llevado a sus últimas consecuencias. Y al volver la vista atrás, creo ver, no sólo en España, sino en todo occidente, un desgaste de la democracia con síntomas tan alarmantes como la emergencia de partidos antidemocráticos. Pero no es por exceso de democracia, sino por habernos olvidado de lo que es la democracia, que no consiste sólo en derechos, sino también en deberes. Que no debe servir sólo al individuo, sino también a la sociedad. Que las instituciones no están únicamente para proteger nuestras demandas, sino también para impedir nuestros excesos y evitar el egoísmo individual y la rapacidad de los pequeños grupos. Así, paso a paso, de «derecho adquirido» en «derecho adquirido», hemos perdido de vista el bien general, hemos renunciado al sentido de comunidad plural, y cada ciudadano, cada partido, cada comunidad es hoy una pequeña isla que trata de sacar del Estado lo que más puede, sin preocuparse del resto. Tendencia suicida, pues sin los demás, no vamos a ninguna parte.
Donde mejor se aprecia es en la política. Los políticos de hoy no son líderes que conducen a la ciudadanía, tratando de buscar un equilibro entre los distintos intereses, opiniones y diferencias que se dan en ella. Bien al contrario: se dejan conducir por las encuestas, es decir, por los que ellos debieran conducir. La política no consiste hoy en tomar decisiones, sino en escuchar las demandas de los que más gritan y ver de satisfacerlas, sean o no razonables, estén o no al alcance de la mano o del país. Es decir, en salir del paso, y el que venga detrás, que arree. No aparecen por ninguna parte proyectos de futuro ni hombres o mujeres que adviertan de la gravísima situación en que nos encontramos. Pero la última culpa no es de los Berlusconi, los Sarkozy, los Cameron o los Zapatero, que practican esta anti-política. Es nuestra, que los hemos elegido, para que nos hablen de nuestros derechos, no de nuestros deberes. Escuchen sólo cinco minutos de campaña electoral y se darán cuenta de ello.