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Egipto y la libertad religiosa

Los extremistas no amenazan solamente a los cristianos: todos los egipcios están amenazados por sus ambiciones totalitarias

TODAS las esperanzas nacidas en la revolución de la plaza Tahrir pueden verse malogradas si la sociedad egipcia no es capaz de defenderse de la minoría radical que a todas luces está tratando de llevar el país al caos. Los ataques contra los cristianos son actos indignos y despreciables, cuyo único objetivo es hacer imposible la transición a una sociedad democrática. Los coptos son tan egipcios como los musulmanes, fieles a una religión cuyo arraigo en aquellas tierras es muy anterior al nacimiento mismo del islam, por lo que no hay nada de extraño, ni de irregular, en su presencia en aquel país. Es más, en Egipto —como en la mayor parte de países de Oriente Próximo— la convivencia con los cristianos ha enriquecido a las sociedades en las que éstos insisten en permanecer, a pesar de los ataques de los que son objeto. Por ello hay que entender que los extremistas no amenazan solamente a los cristianos, sino a todos los egipcios, puesto que sus ambiciones totalitarias se dirigen indistintamente a todos los que no acepten someterse a sus delirios teocráticos.

Durante siglos, los cristianos egipcios han convivido en situación de inferioridad, y es natural que la perspectiva de un futuro democrático resulte inquietante para sectores que temen que la construcción de una sociedad libre otorgue los mismos derechos a todos los ciudadanos. Pero esa situación no conduce inevitablemente al enfrentamiento; para ello hace falta una voluntad expresa de provocar situaciones de tensión. Es difícil saber si estos incidentes están siendo dirigidos por los grupos integristas a iniciativa propia, si son las fuerzas del antiguo régimen que se resisten a desaparecer quienes los manipulan o si es una combinación voluntaria de los dos sectores. En todo caso, los egipcios deben comprender que la libertad religiosa es uno de los elementos esenciales de cualquier democracia. Si dentro de las leyes básicas de la comunidad un ciudadano no puede ser libre, ni siquiera en la intimidad de su conciencia, esa sociedad no podrá salir de la esclavitud y el desorden. Si hay quien piensa que el islam y la tolerancia religiosa son incompatibles, ha de saber que no se trata de un defecto de la democracia, sino, en todo caso, que hay ciertas interpretaciones del islam que representan un grave problema para la convivencia civilizada.

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