La batalla era en Madrid. Al menos esas las señales que en vísperas del pasado verano se emitían Ferraz y Moncloa. La teoría (en formato cuento de la lechera) era que la reconquista de esta plaza se intuía como esencial para tomar aire hasta las elecciones generales y salvar el mobiliario de La Moncloa. Llevaba el aparato socialista toda la legislatura vaciando su santa bárbara sobre Esperanza Aguirre y creía poder dar el golpe final arrostrándole una candidata (la elegida a dedo fue Trinidad Jiménez) que consiguiera batir a la dirigente del PP y rendir la plaza el 22 de mayo. Pero tan grande se percibía la debilidad del partido, apabullado por las malas noticias, que Tomás Gómez, ex alcalde de Parla, dobló el pulso a Rodríguez Zapatero, Blanco y Pérez Rubalcaba (todos entregados a la causa trinitaria) en una lucha intestina y casi zascandil, con acusaciones de juego sucio, que sólo valió para debilitarle.
Peor que Simancas
Eso al menos es lo que parece al analizar el resultado de la encuesta de Ikerfel para ABC, la más grande realizada en la prensa nacional, y que señala que Esperanza Aguirre conseguiría el 54,6 por ciento de los votos (un punto y medio más y diez diputados más que hace cuatro años), mientras que Tomás Gómez se quedaría con los mismo parlamentarios (y eso se eligen nueve más) y un esmirriado 30,4 por ciento de apoyo en las urnas (tres puntos menos que Simancas en 2007).
La estrategia (¿) seguida por el PSOE en la Comunidad de Madrid no parece que vaya a pasar a los anales de las jugadas maestras de la política contemporánea.
El sondeo autonómico, cuya segunda entrega se publica hoy, dibuja también la recuperación de Baleares para el PP. El socialista Francesc Antich no ha sabido aprovechar su segunda oportunidad. Repitió en 2007 el experimento del pentapartito (el famosos «todos contra el PP») ya ensayado en 1999 y, según el sondeo, pasaría de nuevo a la oposición dentro de dos domingos. Los baleares deben percibir tan mal la gestión del ejecutivo encabezado por los socialistas que ni el turbión de los casos de corrupción en los que está envuelto judicialmente el periodo del popular Jaume Matas le garantiza la permanencia en el poder.
Los resultados de Aragón, Navarra y Canarias en la encuesta (con victorias insuficientes de PSOE, UPN y CC) ofrecen múltiples posibilidades y abocan a un pacto poselectoral para poder formar gobierno.
Muy al contrario de esas incertidumbres, la jornada de campaña de ayer trajo un clásico infalible. Ha quedado como uno de las verdades innegables de la política que, en España, los ex presidentes del Gobierno son como jarrones chinos a los que se les supone un gran valor pero nadie sabe dónde demonios colocarlos para que su aparatosidad no estorbe a los dueños de la casa. La tercera jornada de la campaña electoral supuso la «feria del jarrón chino» con la exhibición de dos piezas y media de la colección: González, Aznar y el prejubilado Rodríguez Zapatero, que desde que se quitó de en medio ya casi es una porcelana más de la muestra.
Los mensajes de los tres estuvieron más en clave de primarias de unas generales: terrorismo, economía, paro, estado del bienestar, y tú más…, lejos del empeño de José Blanco de que todo el debate se centre en el futuro de «tu portal, tu acera, tu barrio y tu ciudad». Curiosamente, el que más está contribuyendo a escabechar la estrategia electoral de Blanco es el propio Zapatero que utiliza los mítines para intentar lustrar su maltrecha imagen como gobernante.
La batalla iba a ser en Madrid, pero ahora, vistas las encuestas, cada uno hace la guerra por su cuenta.