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ABC Cultural

España ancha y plural

Ricardo García Cárcel mira atrás con voluntad desmitificadora de la memoria histórica

España ancha y plural VÍCTOR LERENA

A. A.

«Me eduqué en los mitos más rancios de la Historia de España. Luego, en la Universidad, los aborrecimos, barrimos, quemamos, y reducimos a cenizas: el Imperio, el Cid Campeador —lo único que me sedujo fue la fascinación por Doña Jimena-Sofía Loren—, y nos quedamos sin ídolos ni espejos. En los nacionalismos sin Estado esa desmitificación nunca se produjo, puro agravio comparativo. Este libro, pues, nace con voluntad crítica respecto a la instrumentalización de la memoria histórica reciente y de la vieja memoria de mitos fundacionales y tópicos de toda procedencia».

Así ha construido el historiador Ricardo García Cárcel, cuatro décadas después de impartir su primera clase universitaria, su Summa : «La herencia del pasado. Las memorias históricas de España» (Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores), una lección magistral contra la fracasología , ese sentimiento tan extendido entre los que ven la historia de España como el purgatorio de los sueños perdidos. García Cárcel reivindica la «pluralidad» de la memoria histórica —«y no focalizada de una forma excluyente»—, una España ancha, larga, plural: «Parece que nuestra Historia comience en 1931 o 1936, y que los Reyes Católicos serían una presunta invención del franquismo. Alucinante Franco no inventó España, ni el castellano ni el concepto de Imperio».

Haría falta rescatar, sostuvo el catedrático, la «memoria histórica vasca, catalana... no desde el discurso nacionalista, sino desde la pluralidad». A su juicio, no tiene «ningún sentido» la instrumentalización política de los muertos, que «se merecen descansar en paz», ni resucitar «panteones ideológicos» como el Valle de los Caídos, desplazar a otro lugar a las víctimas, o que se las apropien, algo «amoral».

Otro de nuestros grandes historiadores, Fernando García de Cortázar, apadrinó con pasión la obra destacando que «el libro de García Cárcel es de enorme trascendencia política ya que el pasado pesa en España porque el presente lo manipula. El despropósito es asombroso, y lo peor del caso es que la falsificación del pasado se contempla sin escándalo, incluso con un cierto regocijo. En tiempos recios, como diría santa Teresa, necesitamos efluvios de buena conciencia moral y nada mejor para ello que la apelación a la mal llamada memoria histórica, que hoy está emparentada con el maniqueísmo de considerar intrínsecamente buenos a aquellos que perdieron las guerras de su tiempo o fueron víctimas del poder...».

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