empresa
¿Y si Estados Unidos no puede pagar?
La deuda pública está a punto de alcanzar unas cifras wagnerianas de 14,3 millones de dólares

¿Y si llegara un día en que Estados Unidos tampoco pudiera pagar su deuda? ¿Sabe qué hacer el gobierno Obama para evitarlo? El gigante financiero del mundo, ¿se tambalea para caer, o para volver a levantarse más fuerte? ¿Quién reirá el último?
Noticias relacionadas
Contestar estas preguntas no sería fácil para un alien economista cuyo primer contacto con la economía terrícola hubiera sido la histórica rueda de prensa ofrecida esta semana por el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke. Histórica porque no es habitual que dé la cara el presidente de la Fed, organismo de hábitos vaticanos, que tiende a comunicarse por señales de humo. Que Bernanke aparezca en el proscenio da la medida de la gravedad de la post-crisis.
El déficit del país es ya del 11% y su deuda es de 14,3 billones
Se supone que lo peor de la crisis ya ha pasado. Que el Apocalipsis de otoño de 2008 ya se conjuró. Pero, contra lo que sostenían los defensores del paradigma de salvar bancos a cualquier precio, el saneamiento de las entidades financieras que pusieron el país al borde de la quiebra no ha comportado ninguna recuperación automática. El paro sigue muy pocas décimas por debajo del 9 por ciento, y así será para rato. El euro vuelve a pagarse a 1,47 dólares a pesar de los fantasmas de zozobra que recorren la UE. El déficit presupuestario es ya del 11 por ciento –apenas un punto por debajo del 12 por ciento que se considera crítico- y la deuda pública está a punto de alcanzar unas cotas wagnerianas de 14.3 billones de dólares, con la agencia Standard and Poor amenazando con degradar el rating de lo que tradicionalmente era un valor refugio. No sólo en España cuecen habas.
En Estados Unidos el argumento para la posible devaluación de la deuda apela a la incertidumbre del momento político, con los demócratas y los republicanos enfrentados a muerte, entre otras cosas, por el déficit. El secretario del Tesoro, Timothy Geithner, insiste en que la montaña de endeudamiento es todavía “manejable” siempre que fluya el consenso bipartidista. Que si no sale es culpa de la oposición, vamos. Ben Bernanke parece no tenerlo tan claro: una de sus advertencias en la rueda de prensa (y antes de ella, porque hace tiempo que lo dice) es que el gobierno tiene que tener ya un plan de contención del déficit. Pero ya, en este contexto, significa YA: no es preciso que todas las medidas del plan se apliquen inmediatamente, en realidad eso incluso podría ser contraproducente en el sentido de ahogar en la cuna toda recuperación. Pero el plan tiene que estar ahí, para dar confianza y esclarecer el caos.
El programa de estímulo de Bernanke finalizará en junio
Por otra parte Bernanke dio una de cal y otra de arena: su polémico programa de masivo estímulo de la economía finalizará en junio, algo que el presidente de la Fed no espera que sobresalte los mercados desde el momento en que están advertidos. Y en que además se les garantiza que los tipos seguirán reducidos a la mínima expresión, entre el 0 y el 0,25 por ciento, por un tiempo “prolongado”. A su juicio la inflación está controlada. Menos de veinticuatro horas después se confirmaba que el crecimiento de la economía de Estados Unidos en el primer trimestre ha sido del 1,8 por ciento, sensiblemente por debajo del 3,1 por ciento que se creció en los tres últimos meses de 2010.
Nada, que el motor se calienta pero no arranca. Unos y otros quitan hierro a los problemas y a la vez le echan el problema a la coyuntura, a las alzas del petróleo provocadas por la inestabilidad en Oriente Medio, a las catástrofes naturales, etc. Todo lo cual es verdad. Pero también lo es que el mercado de la vivienda sigue deprimido, que el déficit comercial se desboca y que el gasto público, la gran arma secreta con la que Barack Obama quería volver a prender rápido la mecha de la prosperidad, se ha reducido en parte por obligación (no hay con qué) y en parte por el bloqueo republicano. No falta quien les acuse de prolongar la agonía económica para llegar con ventaja a las elecciones de 2012.
Claro que por las mismas se puede acusar a Obama de mentir cuando en 2008 dejó creer al pueblo americano que eligiéndole, la crisis y la miseria se habían terminado. El actual presidente de Estados Unidos no lo es por su excelencia económica. Ni por la de los asesores en la materia de los que se ha rodeado. Han ido saltando uno tras otro –con la excepción de Geithner, de momento- tras probar fórmula tras fórmula y ver que no funcionaba.
No es que le empeoren. Es que no saben qué hacer para mejorarlo ni para tener contento a todo el mundo. Desde la ortodoxia demócrata neokeynesiana les acusan de excesiva pleitesía a Wall Street y a los bancos, de haberles dado dinero a fondo perdido sin obligarles a enmendar seriamente las razones de la crisis y sin ni siquiera saber ganarse su complicidad. Desde las filas conservadoras se denuncia un gasto público faraónico, rayano en el comunismo.
Para Obama la disciplina fiscal es muy difícil de asumir en estos momentos
En el fondo la gran pregunta es: ¿por qué no hay manera de conseguir que la riqueza enquistada fluya e irrigue todo el sistema? ¿Por qué indicios de recuperación como el alza del consumo no se traducen en un crecimiento más positivo e uniforme? ¿Quién tiene la culpa? Considerándolo todo se puede concluir una especie de tablas muy frustrantes, de factores que se neutralizan mutuamente. La economía y la política no siempre se ayudan porque no siempre lo económicamente conveniente es lo políticamente correcto o ni siquiera posible. Para Obama la disciplina fiscal es algo muy difícil de asumir en estos momentos, y en cambio mientras no lo haga todo son paños calientes y confiar en que Asia colabore. Pero por su parte Asia lo tiene cada vez más complicado en parte, precisamente, porque los insistentes macroestímulos económicos de la Reserva Federal americana desatan turbulencias en todo el planeta. Sin ir más lejos, las actuales rebeliones en el mundo árabe algo tienen que ver con la burbuja alimentaria, con la salvaje inflación del precio de los alimentos en el Tercer Mundo.
Se podrían establecer paralelismos entre la situación de Estados Unidos y la de otros países que también se ven brutalmente enfrentados a años de exuberancia irracional y alocado dispendio. Y sin embargo hay una diferencia importante: con todos estos factores en contra, la economía norteamericana ostenta una acreditada capacidad de reinvención, de esfuerzo y de sacrificio que tarde o temprano casi les obliga a salir del bache. Costará más o costará menos; se quedará o no se quedará alguna presidencia por el camino; habrá que adaptarse quizás a un mundo financieramente más multipolar, menos americanocéntrico que el que salió de las dos guerras mundiales; pero el gigante sigue respirando y los inmigrantes siguen llegando en manada, aún sabiendo que el sistema social americano no regala nada. En otros sitios la decadencia puede ser sin billete de vuelta.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete