EL abuelito Stéphane Hessel tiene —¡quién lo diría!— noventa y tres jubilosas primaveras. Tiene, además, una sonrisa acogedora, unos ojillos que titilan cuando sale en la tele y ese aire desenvuelto —eso que llaman «savoir-faire»— que distinguía antaño a los diplomáticos franceses. Y no para ahí la cosa, porque, para redondear el expediente, el abuelito Hessel es un antifascista emérito, un paladín de los desheredados, un hombre que sentó plaza de heroísmo en las oposiciones de la Resistencia y que aún sigue en la brecha pese a llevar un siglo tatuado en las sienes. Un rebelde —¡qué guay!—, el abuelito Hessel.
Otro en su piel, luego de tanta tralla, de tanto batallar, de tan áspera brega, se quedaría en casa sobreviviendo al ralentí y sacándole brillo a los trofeos. Mas quien tuvo, retuvo y el abuelito Hessel experimenta todavía picos de ardor guerrero. «Aux armes, citoyens!» ¡Desempolvad el estandarte de la revolución pendiente! Para mañana es tarde: tramítese el recurso por la vía de urgencia. Y así, sin más preámbulos, sin pensarlo dos veces, el abuelito Hessel ha perpetrado un panfletillo que anda de boca en boca tal que una contraseña. «¡Indignaos!», se intitula el abrumador engendro que ha hecho saltar la banca de las listas de éxitos. ¿Contra qué? ¿Contra quiénes? Resolver el enigma es cosa de cinco euros.
«Todo necio confunde valor y precio», sentenciaba Machado por boca de Mairena. Necedad es, en efecto, pagar siquiera un céntimo por las seniles paparruchas del abuelito Hessel y, sin embargo, la gente se lo rifa y afloja al alimón la baba y la cartera. El truco (y también el trato, por supuesto) estriba en que «¡Indignaos!» es, en realidad, un manual de inquisidores y no un aldabonazo en las conciencias. Tras esa inapelable teología de la indignación con la que el abuelito Stéphane Hessel aspira a redimirnos de la apatía indiferente alientan los demonios familiares del sectarismo intonso, la carcoma dogmática, el insomne martillo de espachurrar herejes. ¡Indignaos, pecadores! ¡Exigid lo que es vuestro!
¿Contra qué? ¿Contra quiénes? Contra esto y aquello, remacharía Pío Baroja que, amén de un cascarrabias, fue un anarquista de derechas. En cambio, el señor Hessel, el abuelito Hessel, es zurdo hasta las cachas y, sobre zocato, tuerto. O sea, que el enemigo es el de siempre: el liberalismo y sus sicarios financieros que atropellan las leyes y esquilman los derechos; la desmedida gravidez de los mercados y la redundante levedad del estado providencia; el descaro insolente de los reaccionarios que no se achantan ya ante las luminarias del progreso y el consabido etcétera... Por no hablar de Israel, que ahí es donde la infamia huele. Al ocuparse de Israel, al abuelito Hessel la indignación se le dispara y le titubea el riego. A ver si nos entendemos: hoy por hoy los judíos son auténticos nazis (a la viceversa) y los terroristas palestinos lo serían (de serlo) en legitima defensa.
Lo cual, que, batallita a batallita, a «monsieur» Hessel no cesan de salirle nietos. ¡Tate! Con semejante yayo cualquiera se aplica el cuento: Abuelito, abuelito, qué dientes más largos tienes...