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Una crisis sin salida

FLORENTINO PORTERO

La revuelta que desde hace meses está barriendo el mundo árabe tiene en común la crisis de legitimidad de sus regímenes, por incompetencia, corrupción y violencia. Pero cada régimen es distinto como diferentes son sus historias nacionales.

En Siria, como en Egipto, la población se echa a la calle para poner fin a una dictadura que les aboca a la pobreza y les escandaliza con la patrimonización del poder por parte de unos pocos. Pero, a diferencia de lo ocurrido a orillas del Nilo, el régimen sirio del presidente Bashar al Assad es una dictadura brutal que tratará de resistir hasta el final.

En un país de mayoría suní el poder es detentado por la minoría alauí —una secta chií— que sabe que a la menor debilidad lo perderá todo. De ahí su disposición a la resistencia y, si fuera necesario, a sofocar la revuelta mediante un uso brutal de la fuerza.

El gobierno de Damasco tiene el firme apoyo del chiísmo iraní y libanés para dar la vuelta a la tradicional hegemonía suní en el marco de la tensión por la definición del futuro califato. En Damasco, como en El Cairo, hay demócratas y seguidores de los Hermanos Musulmanes, pero, sobre todo, hay una lucha de poder entre chiíes y suníes con Irán de fondo.

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