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Columnas / AD LIBITUM

¿Casualidades?

La fe mueve montañas; pero su carencia, por sí sola, no prende fuegos ni promueve profanaciones

Día 20/04/2011

DESPUÉS de que Benedicto XVI la consagrara como Basílica, este pasado domingo el cardenal arzobispo de Barcelona, Lluis Martínez Sistach, celebró por vez primera en el interior del templo creado por Antoni Gaudí la liturgia propia del Domingo de Ramos. Ofició la Santa Misa y bendijo las palmas y los laureles que marca la tradición. Ayer, un perturbado según fuentes municipales, provocó un incendio en el interior del Templo Expiatorio. Hubo que desalojar a un millar y medio de turistas y devotos y hay algunos intoxicados por el humo. Estaríamos ante un accidente casual, afortunadamente sin consecuencias graves, si no hubiera surgido en un ambiente machaconamente anticlerical y blasfemo, ferozmente agresivo contra la fe de muchos y el sustrato cultural de la mayoría ciudadana.

¿Casualidad? Resulta sospechoso que el suceso barcelonés coincida en el tiempo con un proyecto de procesión irreverente y ofensiva —no solo para los católicos— que un grupito que se dice librepensador perpetraba en Madrid como una «procesión laica». También, hace unos días, en Ciempozuelos, donde tiene uno de sus centros la Universidad Pontífica de Comillas, fue profanada la iglesia de Santa María Magdalena. No vale la pena extenderse en el catálogo de los hechos, más de una docena, que en las dos últimas semanas, evidencia una feroz campaña anticatólica. Justamente en la Semana Santa, cuando muchos ciudadanos se entregan al fervor penitencial o, si se prefiere, a la costumbre procesional, surgen estos brotes que sería temerario no considerar en su conjunto y entenderlos como el síntoma de un mal profundo cuya naturaleza se nos escapa del mismo modo que ignoramos la personalidad de sus provocadores.

Nos hemos instalado, como sociedad y como Nación, en un desierto de valores éticos y códigos morales; pero eso no es suficiente para que, de repente, un amontonamiento de hechos y gestos hostiles a la Iglesia se desparramen por toda la geografía española. El anticlericalismo clásico, tan nuestro, no se identifica con prácticas incendiarias y blasfemias y el síndrome, si nos atenemos a la contemplación de una mayoría cívica indiferente —pasota— y descreída, pero no activa, no se explica de una manera natural. Incluso parece excesivo admitir, como muchos proclaman, que se trate de un efecto más de la mala memoria histórica que fomenta José Luis Rodríguez Zapatero a falta de unos sólidos supuestos ideológicos y políticos. La fe mueve montañas; pero su carencia, por sí sola, no prende fuegos ni promueve profanaciones simultáneas en Almería, Majadahonda, Carabanchel... y un buen número de capillas universitarias.

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